Por: Antonio Leal L. Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Académico de la Universidad Mayor
Para repensar como ser progresista en el siglo XXI hay que comprender el contenido civilizatorio del cambio epocal que vivimos y, además, distinguirlo de la versión neoliberal dominante que debe ser analizada en si misma por la repercusión que ella tiene no solo en el plano económico y social de los países y del mundo sino también como ideología, como como condicionadora de la subjetividad en las personas.
En este contexto, las instituciones modernas tradicionales, trabajo, familia, pareja, género, iglesias, democracia, Estado, sociedad civil, partidos políticos, tienen menor centralidad, menor peso, lo cual provoca una profunda repercusión en la manera de vivir de las personas, de construir identidad y de pensar el futuro.
Hay que considerar que el cambio civilizatorio incorpora, en primer lugar, un salto tecnológico, con una aceleración no vista en la historia de la humanidad, y que comprende las tecnologías de la información pero, también, las biológicas y físicas, la energética, la robótica y los más diversos campos de las ciencias que darán origen incluso a los cambios de los seres humanos desligados del patrón de la evolución de la especie. Incorpora cambios profundos en la economía, con una aceleración de la mundialización comercial y financiera en tiempos reales. Una crisis ecológica estructural y las dificultades que el modelo de desarrollo del capitalismo tiene para detener el inminente proceso de deterioro del medio ambiente planetario.
A ello se suman los cambios en la textura social, donde la sociedad postindustrial modifica radicalmente la composición de los grupos sociales y, con ello, un debilitamiento de la antigua cohesión social y que junto a los grandes movimientos migratorios da paso a verdaderas “tribus urbanas”, es decir, grupos sociales con sus propios marcos de referencias culturales y políticas. Una crisis de valores y de normas tradicionales y un recambio por valores inspirados en el medio ambiente, la equidad y diversidad de género, la diversidad sexual entre otros y que tornan más frágiles los valores de la modernidad ancorados básicamente en la solidaridad social y en la libertad política.
Seguramente, un cambio trascendente es no solo el de la conformación en plural de los sujetos sino también el de la conformación de la subjetividad porque la globalización, el neoliberalismo y los nuevos paradigmas de la postmodernidad , que constituyen también formas ideológicas, tienden a arrasar con la vieja subjetividad de la sociedad industrial, local y moderna y tocan las percepciones en lo político, en la familia, en las relaciones de género y, sobre todo, producen una fuga hacia el individuo y hacia el individualismo.
Como Bauman plantea los signos de esta época son el culto a la individualidad, la emergencia de la sociedad de riesgo, el cuestionamiento a todas las certezas que sostenían las razones de nuestras vidas, lo que socava la estabilidad que creíamos segura y provocando incertidumbre, ansiedad, horizonte de vida incierto.
Es en lo que el sociólogo polaco llama “la desfundamentalización del ser” donde nace el malestar pos moderno.
La ambivalencia e incertidumbre que caracterizan las políticas y la ideología neoliberal favorece el individualismo pragmático tan presente en nuestras sociedades que destierra la acción colectiva y obliga a las personas, como bien lo ilustra Beck, a depender de sí mismas, a hacer de sí mismo el centro de sus planes de vida y, por tanto, a desterrar la acción colectiva y los proyectos de continuidad e identidad social.
Ello produce una crisis de la política y del valor de lo público, porque los elementos simbólicos y los instrumentos de la política se cruzan con la disgregación social y la crisis de los valores públicos permite el encumbramiento del mercado como espacio sustitutivo de la organización de la sociedad.
Esto es posible, además, porque en el plano teórico, filosófico, hay una crisis de los paradigmas cognoscitivos modernos que caen en medio de la fragilización de las certezas epistemologícas tanto en el plano de las ciencias físicas como las ciencias humanas y sociales.
Reconocer estos cambios instrumentales y simbólicos de la nueva civilización es clave para que la política, los viejos (los partidos, universidades, intelectuales) y nuevos (interacción en redes sociales, información planetaria) creadores de subjetividad, logren operar en un mundo de grandes riesgos, retos, posibilidades como el que vivimos y que es la fuente dispersa de la nueva subjetividad.
Hay que repensar, entonces, las condiciones de emergencia ya no de sujetos políticos únicos sino de formas y procesos heterogéneos de subjetivización entendiendo, como lo dice Maffesoli, que los sujetos plurales, individuos o grupos de ellos, actúan con diversas máscaras y se motivan por aspectos particulares en el escenario social, anudando, en las sociedades abiertas que se reapropian de su devenir, de manera más específica la cuestión ética y la cuestión política que siguen existiendo pero de manera diversificada y fuertemente influidos por el desencanto, por una desafección hacia lo institucional y hacia las promesas de futuro de la política en un mundo despojado de certezas.
La construcción de sujetos frente a la mercantilización de la sociedad actual y al imperio de lo inmediato, del presentismo como conducta política, implica tener en cuenta que hay un paso previo: el de la des subjetivación que genera el mercado y, a la vez, la enorme tensión de las sociedades postindustruiales y posmodernas, que producen la radical pluralización de las esferas de la realización del si, de las identidades y, por ende, del sujeto y de las subjetividades.
En este cuadro, el progresismo debe, en mi opinión, saber operar en a todo campo para conferir legitimidad a una nueva propuesta socialdemócrata multifacética sea en el plano del estado social, en el de la ampliación de la democracia y en los temas de los sentidos, emociones y anhelos de los individuos de la nueva era civilizatoria.
Con la diversidad de los sujetos y de sus sensibilidades ”ideológicas”, para construir, más que un único proyecto centralizador de aspiraciones ,una conjunto de ofertas culturales y éticas, con capacidad para transformarse en hegemónicas frente a la cultura conservadora, que permitan que ese nuevo sujeto sea un actor constituyente, es decir, no solo capaz de participar en elecciones que legitimen la democracia representativa, o en reformulaciones de ciertos aspectos económicos orientados a la justicia, que es la oferta que hoy hacen los partidos políticos, sino en sujetos capaces de participar activamente en la reconstitución de los propios instrumentos, de los valores éticos de la existencia social y del cambio que , por cierto, no es abstracto a las relaciones de poder en todos los ámbitos de la sociedad, públicos y privados.
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