Por: Sergio Lavandero G. Profesor de Facultad Ciencias Químicas y Farmacéuticas y Medicina, de la Universidad de Chile. Académico de la Universidad de Texas Southwestern Medical. Director del Centro Avanzado en Enfermedades Crónicas (ACCDiS) y Vice-Presidente Academia Chilena de Ciencias
Por mi trayectoria en la Universidad de Chile, que va desde la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo, Consejo de Evaluación, Comisión Superior de Calificación Académica y actualmente Senador Universitario, soy consciente de las necesidades internas de nuestra casa de estudio y la esperanza que tienen todos sus miembros por contar con una institución que se armonice con las nuevas realidades y demandas del siglo XXI.
Nuestra universidad demanda una transformación que se traduzca en el reforzamiento de su infraestructura, modernización, transparencia y desburocratización de las gestiones y sobre todo, requiere colocar al centro de las prioridades a cada miembro de nuestra comunidad (académica/os, funcionaria/os y estudiantes) y colaborar para el despliegue de sus capacidades y talentos. Para ello, requerimos una Rectoría orientada a sus integrantes, que tenga como principios su acompañamiento, plena inclusión, espacios de participación y respeto por resguardar la heterogeneidad y diversidad que nos caracteriza.
Durante mis 35 años como académico, he sido fiel testigo de los avances que ha tenido nuestra U. Sin embargo, los tiempos actuales exigen transformaciones para seguir siendo un espacio donde las ideas y los conocimientos circulen libremente, donde se mantenga la calidad y el rigor, y a su vez se asuman nuevas formas de liderazgos, más colectivos y menos personalistas, que aporten al desarrollo de las ciencias, la cultura, la creación artística e innovación.
La experiencia ha mostrado que los personalismos y programas individuales son vías agotadas, descontextualizadas. Los equipos de trabajo son claves y estos deben responder a la diversa realidad que caracteriza a nuestra comunidad, la que representa en alguna medida las características del país. Por eso, una nueva rectoría no solo debe ser dialogante y trabajar en terreno, sino que también debe generar los canales bidireccionales que nutran a sus equipos tanto de lo que sucede al interior de la U como en sus entornos.
No olvidemos que para innovar también se requiere preservar lo que nos ha procurado identidad y vigencia, como lo es nuestro pluralismo, libertad de cátedra, tradición laica, compromiso social y modelo democrático.
Invito a la comunidad de la U a revivir la pasión por ser “de la Chile” y acompañarme en esta transformación por un sistema universitario público con prestigio, donde no sólo destaquemos por nuestra excelencia, sino también por nuestra capacidad de innovar y por el orgullo de pertenencia de sus miembros, ¡ese es mi compromiso!
En marzo les presentaré, responsablemente, nuestro programa y el equipo de trabajo diverso, inclusivo y representativo que me acompañará para implementarlo. Nos vemos en el inicio de un nuevo comienzo.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.