Por: Josefa Villarroel M. Fundadora del Observatorio de Políticas de Emprendimiento
Durante la última década el modelo chileno de apoyo al emprendimiento ha buscado de forma compulsiva y un tanto pretenciosa imponer un sello de I+D a sus programas y políticas. Para ello se han destinado importantes recursos a la creación, fortalecimiento y operación de centros de investigación, aceleradoras de negocios, fondos de inversión early stage, startups, ángeles inversionistas, centauros y unicornios. De esta manera se ha buscado recrear la versión criolla de Silicon Valley, más conocida en el Ecosistema de Emprendimiento Nacional como “Chileconvalley”.
Sin embargo, las recientes crisis sociales y sanitarias enfrentadas por nuestro país han desviado la atención desde los mitológicos seres del emprendimiento a nuestras “tradicionales” Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (Mipymes). Este segmento representa el 98% del tejido empresarial y lejos de asemejarse a míticas criaturas o encajar en un sofisticado modelo, hoy más que nunca son señaladas como el motor de la reactivación de la economía.
En este contexto ha quedado en evidencia que el modelo de Chileconvalley que parecía incuestionable, en tiempos de crisis no responde a las necesidades ni contextos que enfrentan hoy en día miles de emprendedores y empresarios a lo largo del país.
Ámbitos como la digitalización, logística, acceso a capital, capacidad de articulación y acceso a la información presentan falencias estructurales que se agudizan con la crisis. Así lo refleja la última edición del Reporte Mundial GEM que nos sitúa entre las 12 economías con mayor tasa de descontinuación de negocios, ubicándonos junto a Guatemala.
El incremento de 14,4% en el número de empresas creadas reportado por el Ministerio de Economía para el último periodo, celebrado por muchos como una señal de reactivación, requiere una mirada más profunda.
Fomentar la creación de empresas sin un cambio de paradigma de un Ecosistema de Emprendimiento, que durante años se ha impuesto como una fórmula mágica y aspiracional, puede ser sólo la antesala de la precarización de la actividad empresarial, al incrementar la actividad emprendedora de “subsistencia”, segregada y con una dependencia del apoyo estatal probablemente crónica.
En la antesala de un proceso constituyente, los factores que ha dejado a la vista esta crisis no pueden pasarse por alto. Y no se trata sólo de dar cuenta nuevamente de la desigualdad que existe en nuestro país, desigualdad que como en todo ámbito también se vive en el mundo del emprendimiento. Se trata de buscar en medio de la crisis nuevas respuestas y modelos, que en vez de excluir acojan la iniciativa emprendedora, fortalezcan sus competencias y se nutran de liderazgos locales conscientes de los desafíos e impactos que implica el desarrollo de una economía con mirada local.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.