Por: Manuel Baquedano M. Fundador y Presidente del Instituto de Ecología Política
Como la crisis climática y ecológica es imposible de ocultar y como este mismo fenómeno está asociado al origen de la pandemia, podemos afirmar que en el futuro nadie querrá ser acusado de haber abusado de la naturaleza y no haber respetado sus límites. Al contrario, después de la pandemia, todos querrán ser considerados “verdes”.
Llegado ese momento, en materia ambiental, tendremos que aprender a distinguir entre la paja y el grano. Es por esto que resulta necesario tratar de dilucidar qué podría significar ser verde en el siglo XXI y quiénes han sido y podrán ser sus principales actores.
Una metodología que me ha acompañado desde hace mucho tiempo y que sigue siendo útil para saber quién es quién en este mundo, se basa en el análisis en conjunto de la teoría y de las prácticas que ella misma engendra. Desde este punto de partida, realizo mi análisis del mundo verde y me permito definir al menos tres grandes familias: los conservacionistas, los ambientalistas y los ecologistas.
El conservacionismo de la naturaleza es el movimiento más antiguo. Nació en el siglo XIX en Estados Unidos y busca proteger y conservar la naturaleza en estado prístino, independiente de los modos de desarrollo y de producción. En otras palabras, la conservación vale por sí misma y debe practicarse sin importar cómo esté organizada la sociedad. Sus referentes teóricos principales fueron Henry David Thoreau y George Perkins (Man of nature, 1864).
Sus teorías inspiraron la creación de numerosos movimientos y organizaciones conservacionistas como el Serra Club y la National Audubon Society que, por ejemplo, impulsó la creación del primer parque nacional en el mundo, el Parque Yellowstone en California en el año 1872.
Uno de los seguidores de este movimiento era Douglas Tompkins. Cuando lo conocí en 1992, en Suecia, Tompkins tenía una postura conservacionista basada también en la ecología profunda propuesta por el filosofo ambiental y alpinista noruego Arne Naess.
El conservacionismo en Chile y en el mundo ha disminuido muchísimo pues la gran mayoría de sus practicantes se trasladó hacia una visión ambientalista, es decir, reformadora de la sociedad. El caso más reciente y notorio es el del naturalista Sir David Attenborough, cuya última obra, un bello film con carácter de memoria, se denomina “Una vida en nuestro planeta”.
Se podría afirmar que la corriente ambientalista nació de la mano de otra personalidad noruega, la líder socialdemócrata, Gro Harlem Brundtland que realizó en su libro “Nuestro Futuro Común” el intento más serio de ligar el cuidado del medioambiente con el desarrollo de las sociedades. Su principal concepto, el de “desarrollo sustentable”, tuvo una aceptación global en la Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro y organizada por las Naciones Unidas en 1992.
Esta conferencia internacional propuso un plan para hacerle frente de forma coordinada a los problemas ambientales más candentes como la pérdida acelerada de la biodiversidad, la deforestación, la crisis climática y la contaminación. Este plan de acción se conoció como la agenda XXI.
A grandes rasgos, el ambientalismo busca reformar la sociedad sin sustituir el modelo económico al que se lo considera válido. El objetivo es reformar la sociedad con la internalización de los costos que el modelo económico produce en la naturaleza. Esta reforma puede tener lugar tanto a través del Estado como del mercado.
Lo cierto es que ya han pasado casi 30 años desde la Cumbre de la Tierra y la aplicación del desarrollo sustentable no tiene un balance positivo: ninguna de las metas que dicha conferencia se propuso se ha logrado. Al contrario, hoy en día hay más deforestación, destrucción de la biodiversidad, contaminación y calentamiento global que hace 30 años. Los que en aquel entonces impulsamos este proceso de reforma de la sociedad quedamos con las manos vacías. En todos estos años, se siguieron traspasando los límites de la naturaleza y los tiempos para detener una situación de colapso se acortaron hasta tal punto que hoy ya existe una corriente significativa que sostiene que el colapso mismo será inevitable.
La corriente ambientalista le dio un respiro a las ideologías principales del siglo XX al sostener que la prosperidad humana estaba basada en el crecimiento económico. Los frutos de este crecimiento debían ser distribuidos por el mercado o por el Estado sin dañar a la naturaleza y considerando, al mismo tiempo, al conjunto de la población y a las generaciones venideras.
Al creer en la reforma de la sociedad sin tratar de modificar lo sustancial del modelo económico y de desarrollo, esta corriente tiene hoy sus adeptos y su apoyo mayoritario dentro de la elite económica, política, cultural y científica que se encuentra en el poder. Considerarse “ambientalista” no obliga a abandonar una ideología ya sea liberal, marxista o socialdemócrata. Todas estas elites pueden tener hasta una actitud genuina de preocupación por el medio ambiente pero no vislumbran la necesidad de cambio del sistema. Al fin y al cabo, para ellos se trata de corregir y eliminar “excesos”.
Todo podría estar marchando bien y el crecimiento de estas posiciones podría ir en aumento si no fuera por los hechos mismos de la realidad. La pandemia nos demuestra que las teorías y las prácticas impulsadas por los ambientalistas van por un camino equivocado: la misma pandemia es consecuencia directa del deterioro de la biodiversidad biológica y de la vida de los animales salvajes.
La “sensibilización” por los temas ambientales se está dando por la ocurrencia de los propios hechos “naturales” y no por los discursos. Pandemia, sequías, incendios, inundaciones, olas de calor…Son todos fenómenos que tienen lugar a un ritmo creciente y acelerado y la corriente ambientalista no los puede evitar, controlar ni tampoco puede brindar un plan de acción cierto y creíble para afrontarlos.
Hoy estamos en presencia de un cuestionamiento que aumenta entre los jóvenes, los excluidos del modelo de desarrollo, los científicos, las personalidades de la cultura, del mundo feminista y también de los ecologistas. Entre todos estos actores y movimientos parece ir conformándose una nueva corriente que ya no cree en las propuestas de reforma y de mitigación.
Esta corriente desplaza sus críticas. La culpa ya no la tienen los “excesos” del capitalismo como sostienen los ambientalistas sino que la culpa es del capitalismo en sí.
Dentro del mundo verde están tomando impulso los denominados “ecologistas”, una corriente influyente que siempre existió de forma minoritaria y que sostiene que los problemas ambientales están tan avanzados que la ventana para realizar las reformas ya se cerró. Desde este punto de vista, la ventana estuvo abierta por más de 30 años pero no se aprovechó el tiempo y las promesas realizadas por la elite mundial nunca se cumplieron. Hasta el Papa se pronunció en este sentido recientemente al decir que la nuestra es “La sociedad enferma de consumo que está devorando la naturaleza”. En la misma línea, Greta Thunberg fue más allá y señaló que para salir de la crisis climática necesitamos una mentalidad diferente a la que nos metió en ella.
La próxima COP 26 de la ONU –la que ya fue dos veces postergada- se realizará en Glasgow, Reino Unido, en noviembre de 2021. El objetivo será evaluar el Acuerdo de París y acelerar las medidas que permitan frenar la crisis climática. Paradójicamente, esta COP marcará el comienzo del fin del ambientalismo tal como hoy lo conocemos, especialmente de ese sector del movimiento que se institucionalizó para cooperar con la elite gobernante en la reforma verde de la civilización.
Según los propios científicos, los planes de descarbonización acordados en París en 2015 tienen menos del cuatro por ciento de probabilidades de cumplirse. Los nuevos modelos climáticos señalan que el umbral de los dos grados de aumento de temperatura -umbral en el que el clima se vuelve catastrófico y la temperatura descontrolada- al ritmo actual podría alcanzarse 60 años antes de lo previsto, es decir, antes del 2050. Si además le sumamos los efectos económicos de la pandemia, se podría afirmar que la COP 26 será una conferencia que llegará demasiado tarde y que tendrá muy pocos resultados.
La sociedad civil organizada y activa en acción climática considera que estos encuentros se volvieron inútiles. Por esta razón, múltiples actores avanzan en el diseño de un plan global para tener un “Compromiso global de la gente”, a firmarse en noviembre de 2021 también en Glasgow, que le entregue a la ciudadanía la consecución de las metas de descarbonización acordadas por cada país a través de los “inventarios ciudadanos de emisiones”. Por ejemplo, si Chile acordó descarbonizar su economía para el año 2050 y las demandas ambientales indican que este proceso debería ser más rápido, se buscaría implementar estas medidas recurriendo a acciones no violentas para cerrar las fuentes contaminantes y provocar así la reducción de las emisiones.
Los ecologistas tenemos en claro que el tiempo de reformas se terminó. La pandemia nos envió una gran señal de advertencia y probablemente no exista otra señal tan evidente para comenzar a respetar, desde ahora, los límites de la naturaleza. De otra forma, será la misma naturaleza la que termine con nosotros. Centrada en el cuidado, la nueva civilización no puede esperar.
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