Por: Álex Becerra E. Subgerente General Casinos River SpA
Éste es un diario digital dedicado, principalmente, a la economía y lo lógico es que escriba desde esa perspectiva, analizando escenarios presentes y futuros sobre lo que con ella acontecerá, detectando lo que en las regiones está sucediendo y cómo el estallido social -y ahora la pandemia- han impactado en el desarrollo local.
Pero quiero realizar el análisis desde un punto de vista humano, en el cual la economía adquiere rostro y deja de ser una estadística.
El mundo está reclamando esa antigua mirada en un escenario donde nos descalificamos a través de las redes sociales, en el cual el error es más importante que el acierto, y las miles de buenas noticias que cada día suceden a nadie importan, pero sí una mala que se convierte en portada, separamos a nuestros hijos y solo los vinculamos con los que catalogamos como “buena influencia”, no vamos a ciertos lugares por miedo y los pobre solo constituyen un porcentaje. Ni qué decir de los ancianos, invisibilizados en una sociedad en que la juventud se ha proclamado conocedora de la verdad, tratando de imponerla a raja tabla porque los viejos ya no sirven y la familia no es tan importante como el trabajo y los amigos
Así, esta pandemia nos obliga a ver lo que no queremos ver, porque nos muestra que existen los ancianos abandonados en asilos y centros de acogida, donde hacen lo posible para darles un calor de hogar que nunca podrán suplir. Este virus obliga a ver rostros tristes y asustados, que hace tres meses no eran parte del paisaje y que si hablaban a nadie importaba, porque eran viejos y el mundo ya cambió y ellos estaban en el pasado. ¡Cuán equivocados estábamos!
Esta pandemia nos recordó de manera brutal que la salud debe dejar de ser un privilegio, porque nos hizo constatar a los que más tenemos que no importa qué tantos medios tengas. Un ser microscópico nos puede acabar de la peor manera: impidiéndonos respirar el aire que es gratis, ese mismo aire que día tras día nos empeñamos en contaminar.
Esta pandemia nos enseñó que el mundo se puede recuperar si dejamos que solo busque su propia cura, porque en verdad no nos necesita. Cuando nos encerramos, el mismo comenzó a sanar las heridas que le provocamos.
Y vaya ironía, ese virus nos forzó a quedarnos en casa y conversar en familia. A otros nos demostró que la familia que no podemos visitar por la cuarentena es lo único que nos hace falta para estar bien. Hoy, debemos cambiar porque ya lo hicimos mal durante cientos de años, tantos que el mundo nos está dando unas fuertes nalgadas para que adquiramos conciencia: castigados y para la pieza a reflexionar respecto del daño provocado.
Pero el problema no es el modelo económico imperante, sino quienes manejan ese modelo, el componente humano que hace caminar ese modelo. Porque gracias a éste caímos en la peor sociedad de la historia, donde el individualismo impera, ser el mejor es lo importante y el sentido de comunidad ya se perdió. Basta ver una discusión de los políticos: nadie se escucha, nadie da la cara, nadie analiza y todos preocupados solo de contraatacar y desprestigiar el discurso del otro.
Las empresas multinacionales deben sentir (y hacer sentir) que son parte de la región en la que está su operación, apoyando la contratación local y trabajando con las empresas locales, porque el no hacerlo es señal inequívoca de que le están dando la espalda a su familia y que no comparten una misma casa.
Los empresarios locales también debemos creer en nosotros y unirnos en vez de competir, las asociaciones empresariales deben dejar de ser solo agrupaciones de camaradería y ser potentes organismos gestores de las innumerables demandas locales. Porque todas las crisis son también oportunidades, oportunidades de reflexión de lo que hicimos y de planificación de lo que queremos ser.
Hoy es el momento de la regionalización, Santiago no puede seguir siendo Chile, la capital pasó de moda porque hoy lo que debe imperar es revalorar las provincias, donde la vida familiar y el saludo diario al que no conocemos en la calle debe ser parte de nuestra rutina diaria.
Hoy, lo nuevo es lo antiguo. Hoy el futuro es bajar una marcha y compartir con nuestros adultos mayores para que nos cuenten esas historias anteriores a Whatsapp y Facebook, esas historias que el abuelo tanto quiere contarnos, pero no puede porque nadie le da el tiempo para hacerlo.
Un presidente dijo que la mayor riqueza de un país es el espíritu de su pueblo. Es hora entonces de que trabajemos ese espíritu. De seguro después podremos trabajar en el modelo de economía y sociedad que queremos.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.