Por: Antonio Leal L. Sociólogo, Doctor en Filosofía, Académico de la Universidad Mayor
El coronavirus no es la crisis, ella existía en nuestras sociedad nacional y global mucho antes en su manto de desigualdad social y de anacronismo en la distribución del poder económico y político, pero la pandemia la desnuda en toda su magnitud.
Ya Ulrich Beck escribía desde mediados de los 80, sobre la Sociedad de Riesgo referida al medioambiente, a la inseguridad frente a la delincuencia, a las infecciones, a los cambios en el mercado laboral, a la inestabilidad de la vida familiar, pero también frente a la dimensión de los desequilibrios sociales. Pero hoy, cuando la humanidad se enfrenta a una pandemia que nos iguala en el contagio y la vulnerabilidad y nos diferencia en las oportunidades para enfrentarla, descubrimos que el riesgo es una amenaza concreta y lo contamos en los fallecidos que en cada país del mundo se producen diariamente y en las consecuencias que tendrá al profundizar la pobreza de los más desvalidos en cada rincón del planeta.
El coronavirus nos enfrenta a la muerte. Un día nos acostamos en un mundo y despertamos en otro. Miles de millones de seres humanos estamos temiendo, sintiendo, pensando en lo mismo, y no hay modo de prever las consecuencias culturales de esta sincronía.
La idea del apocalipsis siempre ha sido un terreno fértil de la creatividad humana, solo que hoy, en sintonía con los tiempos postmodernos, la ficción supera a la realidad, incluso a todo lo que pudiéramos imaginarnos y nos traslada, en nuestras soledades del alejamiento social, a la más plena incertidumbre. El vértigo nos interpela a todos.
Una cosa es clara: se deberá poner fin a una época, a un modelo neoliberal de desarrollo que ha dirigido la economía, ha reducido la política y lo público y ha gobernado la globalización, generando una acumulación y una concentración de riquezas sin precedentes, y que paradigmáticamente resumió Margaret Tatcher “ la sociedad no existe. Solo hay hombres y mujeres individuales”.
Hoy el paradigma neoliberal se moviliza invocando la crisis ,pero, como bien señala el sociólogo brasileño José Domingues, queda cada vez más claro que esta es como “el pirómano que llega al pueblo gritando que debemos cuidarnos de los incendios del futuro”. Porque no es el sistema financiero ni las grandes riquezas los que hoy salvan vidas, es el Estado, son los servicios públicos, que representan los derechos fundamentales de las personas y que no pueden, como lo ha pregonado e impuesto el neoliberalismo por decenios, ser negocios privados y ser regidos por la lógica mercantil ya que ello implica renegar de su propia esencia.
La lección que nos dejan estos meses de angustiosa lucha contra un virus que no tiene aún vacuna y tratamiento, es que el Estado no puede ser un instituto de mero arbitraje sino un órgano de bienestar fuerte, con grandes inversiones públicas, y entes capaces de gestionar con una lógica de bien social lo que acontece con la vida de las personas.
Si el Estado, lo público, las redes y la acción comunitaria, los entes multilaterales a nivel global, son los que vuelven a ocupar centralidad en nuestras sociedades ello implica también que la política recupera un espacio en la proyección del futuro y del destino de la especie humana. Al coronavirus lo enfrenta el zoon politikon aristoteliano, la solidaridad más que el individualismo,. Los aplausos que en los balcones de todos los países del mundo millones le brindan a los trabajadores de la salud implica aquello, la valoración de la ética y del compromiso público, la politización de las emociones.
Por ello es la política y el espacio público el que debe dar respuestas hoy a las necesidades sociales para enfrentar la pandemia, una renta básica para quienes están sin trabajo o deben hacer la cuarentena, lo cual además oxigena la demanda especialmente del comercio, suspensión de cobros de servicios públicos y atención de otros requerimientos en campamentos y lugares de hacinamiento social, pero también debe preparar una salida a lo que viene después del coronavirus que particularmente en Chile agudizarán las demandas en temas previsionales, salud, empleo, educación , que ya fueron el centro de las motivaciones de las protestas sociales.
Pero también la política debe garantizar la salida constitucional, la realización del plebiscito, la generación de la instancia que genere la nueva Constitución y el respeto al calendario electoral de autoridades previstas para el 2021.
Es un enorme desafío para la democracia que solo se puede abordar si se tiene en cuenta que la nueva normalidad no podrá ser como la anterior normalidad. Chile y el mundo no será el mismo, habrán cambiado las prioridades en la vida colectiva e individual y en gran medida el siglo XXI deberá repensarse a partir de lo que vivimos.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.