Por: Dr. Carlos Pérez Wilson. Académico, Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de O’Higgins
Hace ya unos cuantos años, en pleno proceso del diseño de la estrategia de Planificación Estratégica en la Universidad de Concepción, tuve el privilegio de recibir el apoyo de Joan Cortadellas, uno de los autores del libro “La Mejor Universidad del Mundo”, y en ese tiempo Director de la Cátedra Unesco de Dirección Universitaria de la Universidad Politécnica de Cataluña, Director Ejecutivo de la Red Global University Network for Innovation, y la Red Interuniversitaria Telescopi.
Durante todas las actividades, Joan compartía con todos los asistentes a sus talleres y charlas, su anécdota del “minuto japonés”, que, con algunas licencias narrativas propias del tiempo transcurrido, sería algo así: En ocasión de una visita de altos directivos japoneses, Joan presentó su propuesta de orientación hacia la calidad total y mejora de la cultura organizacional con miras a los desafíos que significaba el crecimiento y la perspectiva de ampliación de negocios. Expuso con su carisma y simpatía de siempre. Acostumbrado a ser felicitado al término de sus conferencias, quedó perplejo cuando, luego de terminar, lo recibiera un silencio sepulcral de parte de la comisión.
Luego de unos largos segundos de incomodidad, pensando que quizá habría olvidado algún aspecto protocolar tan propio de la cultura japonesa, se atrevió a preguntar algo temeroso: ¿acaso hubo alguna falta de respeto involuntaria, o algún error grave u omisión en lo solicitado para esa ocasión?
El delegado de la comisión le responde muy respetuosamente: “Al contrario, hemos seguido su presentación con mucho interés, y la información nos ha parecido muy interesante. Ahora, estamos reflexionando sobre ésta, y si nos permite un minuto, podremos sin duda dialogar sobre lo que Ud. nos expuso, para que esto sea realmente una instancia de trabajo que podamos aprovechar al máximo”.
A veces, confundimos la calidad o profundidad de un debate o intercambio de ideas de acuerdo a la rapidez con que se intercambian palabras, y el volumen de la voz, o juzgamos a un orador/a por su tiempo de reacción. Pero a veces, y sobre todo en estos tiempos, se necesita reflexión para un debate profundo. No basta con escuchar al otro, lo que ya es importante y a veces olvidado.
También es importante tomarse el tiempo para organizar, reflexionar, y elaborar tanto la “pregunta correcta” como la “respuesta correcta”, y sólo entonces debatir. El debate no debe ser entendido como sinónimo de confrontación, sino más bien un intercambio de puntos de vista desde lo mejor que pueda entregar cada uno/a. En estos tiempos en que nos aprontamos a configurar lo que será nuestra nueva constitución, me encantaría que en su construcción ocurriera más de un “minuto japonés”.
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