Por: Antonio Leal L. Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Académico de la Universidad Mayor
“El único fantasma que hoy recorre Europa es el desengaño ante una izquierda sin respuesta ideológica a los desastres del presente”. Así de perentorio es el politólogo catalán Jordi Gracia en su reciente libro “Contra la Izquierda. Para Seguir siendo de Izquierdas en el siglo XXI”. Lo escribe ejemplificando en España en la relación entre la socialdemocracia, el PSOE, y la nueva Izquierda, PODEMOS, pero tiene particular atingencia con la crisis de la izquierda chilena dada la similitud de escenarios que efectivamente existen.
Señala que la socialdemocracia parece sonámbula y que la nueva izquierda adolece de una profunda desconexión con las condiciones de la realidad del capitalismo de hoy y ello la transforma en una “izquierda inconsistente y parlanchina”. Critica duramente a esa nueva izquierda que, buscando la pureza política, desechó el acuerdo con el PSOE para frenar el triunfo de la derecha y afirma que no es de izquierdas descalificar la transición española “arrojando hoy a aquel pasado las culpas del presente” y menos condenar los límites de la democracia representativa como perpetuación del franquismo, podríamos reemplazarla fácilmente por el pinochetismo, porque se “trivializa la enorme vileza de la dictadura e infantiliza a quien se cree la patraña”.
Ser de izquierda era antes relativamente sencillo. En el capitalismo sólido, como le llama Bauman, existían los destacamentos de clase articulados y visibles, los grandes megarelatos ideológicos que creaban certezas en la vida de las personas aunque estas fueran ilusorias como la historia del fin del siglo XX ha demostrado.
En plena modernidad la razón lo explicaba todo y la confianza en el porvenir inundaba y daba sentido épico a las luchas sociales con comunidades reales dirigidas por partidos políticos que representaban grandes anhelos y eran depositarios de causas finales que podían, en la imaginaria, cambiar velozmente el mundo.
Hoy, donde nada de esto existe, es más difícil ser de izquierda. El capitalismo hoy no tiene alternativa, es global, la generalización del mercado y de la democracia crea la apariencia del fin de la historia, las grandes revoluciones son científicas y tecnológicas más que políticas y aceleran el mundo, la TV e Internet crean un mundo de relaciones virtuales y homogenizan la información y la cultura, la economía está dominada por el neoliberalismo que no es solo estructuras sino también ideología con una enorme capacidad de influencia en la formación de la subjetividad de seres humanos dispersos socialmente y el mundo vive la postmodernidad que es el fin de las certezas, de los razonamientos lineales, de los escenarios preconcebidos y fatales de la historia, pero, también, la oportunidad de leer, sin el determinismo del pasado, la realidad compleja y los nuevos paradigmas que se sobreponen a aquellos donde nació la ciudadanía y la propia democracia.
Frente a este cambio epocal, en las izquierdas las respuestas son diversas pero todas ellas carentes de un proyecto capaz de hegemonizar un nuevo curso.
Hay una izquierda, que sobrevive a la caída del muro de Berlín, propensa al fundamentalismo ideológico, que mantiene intacto el antiguo aparataje teórico sin tomar nota de los cambios del mundo. Es aquella para la cual los derechos humanos y las libertades son exigibles en aquellos lugares donde gobiernan dictaduras o totalitarismos negros pero comprensibles en aquellos donde los regímenes que las violan son rojos. Esta ambivalencia, que se expresa dramáticamente en el caso de Venezuela, Nicaragua y otras realidades consideradas antiimperialistas, causa un daño profundo a la imagen y a la coherencia política de toda la izquierda, contamina de complacencia con el autoritarismo a todos, debilita esa superioridad ética que la izquierda tiene en materia de derechos humanos, al punto que hizo posible, en la última elección presidencial, que una burda campaña de la derecha, como la de “Chilezuela”, resultara creíble para una parte del electorado.
Por su parte, la nueva izquierda Frente Amplista, demasiado preocupada de mantener a salvo una identidad no contaminada con las “traiciones de la transición” de socialdemócratas y socialcristianos, o como dice Jordi Gracia, “poseída de un latiguillo quimérico, es aún cautiva de su rigidez moral, de un complejo de superioridad y, a veces, de un puritanismos vicioso que la conduce en política a un radicalismo retórico”, no logra dar con un equilibrio adecuado entre preservación de la novedad, que le ha dado fuerza electoral, y solidez en la acción política para construir con los demás actores acuerdos para cambios viables y para ser vista creíblemente como una fuerza de gobierno y no solo un grupo de revoltosos dispuestos a todo para aparecer en los medios o por promover equívocos pero novedosos hechos carentes de real valor político.
Fue grave que un sector del Frente Amplio decidiera no votar y llamara a no votar por el candidato ganador de la primera vuelta del progresismo en las últimas elecciones presidenciales con la vieja monserga de que un triunfo de la derecha agudizaría las contradicciones y con ello haría más factible la posibilidad de un cambio más radical.
La experiencia de este año muestra que no es así, que no se han creado mejores condiciones para el cambio y que por el contrario buena parte de la política del gobierno de Piñera está a encaminado a redimensionar y desnaturalizar las reformas de Bachelet y a construir otro sello ligado al mercado y a las políticas neoliberales.
El Frente Amplio, como PODEMOS en España y otros movimientos que expresan a nuevos sectores de la izquierda, son valiosos porque abren espacio a una renovación de ideas y de generaciones absolutamente necesaria. Pero para ello debe haber disposición y no temor al diálogo, al entendimiento, a los pactos electorales y a construir un proyecto conjunto con otras expresiones de la izquierda y la centroizquierda en el ámbito de una disputa legítima por sobre quien encabeza dicho proyecto.
Gracias advierte, con razón, “que alimentar una expectativa retro revolucionaria es la tumba de la izquierda”, el narcisismo redentor no tiene cabida frente a las desilusiones del siglo XX que vio no solo derrumbarse el imperio comunista sino también su ideología y con ello el conjunto de los megarelatos que eran la base de la política.
Sin embargo, Jordi Gracia es particularmente duro en su juicio con la izquierda socialdemócrata cuando expresa que “la realidad se mueve a toda velocidad , pero la socialdemocracia no” denotando con ello el vacío que crea la incapacidad de este sector de adaptar su discurso a la realidad mutable de hoy y su falta de convicción en renovar su clásico programa reformista más allá de lo que ya fue la significativa experiencia del Estado Benefactor Socialdemócrata que es , sin duda, el mayor aporte de la izquierda en el mundo a la lucha por la justicia, las libertades y la democracia pero que resulta inviable en el contexto de la actual competitividad que la economía global somete a las economías nacionales.
Para Gracia el reformismo exigente empieza por la conciencia de que aún con graves crisis cíclicas, el capitalismo goza de mayor invulnerabilidad, que tiene el blindaje de estar solo como sistema en veloz expansión por la fusión entre el mercado y la innovación científico tecnológica que modifica el mundo con una velocidad nunca antes vista en la historia y que, por tanto, goza de una alta capacidad mutante. De allí que Gracia plantee que la Socialdemocracia debe reconfigurar su proyecto ligándolo a la realidad expansiva de la ciencia y la tecnología y acompañándolo de una dialéctica entre denuncia concreta y reforma factible, entre necesidad y plausibilidad, con una vocación de cambio estructural que sobrepase la sobreabundancia de coyunturalismo que debilitan las prioridades a las cuales hay que abocarse.
Esta visión es muy importante de considerar ya que si la globalización y el neoliberalismo, como ideologías, influyen de manera clave en la formación de la subjetividad de las personas ello conlleva la necesidad de una preocupación de la izquierda por tener respuestas a las expectativas económicas de sectores preocupados de su ascenso social y de su seguridad y que ello es más extendido en la población que simplemente al sentimiento de las capas medias emergentes del actual capitalismo. Una sociedad que fluctúa, con voto menos ideológico, que vitrinea en las opciones y que podrá dar mayoría a la izquierda si esta es capaz de interpretar este sentimiento en momentos distintos del crecimiento de la economía mundial y nacional.
Para Gracia el elemento aleccionador para todas las izquierdas es que los movimientos ecológicos, feministas y de diversidad sexual son paradigmas de éxito de las izquierdas aun cuando ellos no hayan nacido en la cuna ni sean parte del ADN de ninguna de las izquierdas, ni de la clásica, ni de la nuevas izquierdas, pero ellas se han logrado instalar en el programa global aun siendo “causas emprendidas por vanguardias minoritarias y a menudo caricaturizadas” por decenios, pero representan el mayor símbolo del cambio que las fuerzas progresistas han instalado en el sistema a nivel mundial porque determinan que el futuro debe considerar el desarrollo sostenible, la igualdad y, a la vez, la diferencia del género femenino e incorporar a las libertades aquellas que dicen relación con la determinación individual de la sexualidad y de sus derechos.
El corolario para la socialdemocracia y las izquierdas en general es que es imposible hoy construir un proyecto de cambios sin una mirada global, los temas principales de la vida humana y de sus riesgos son globales, como lo son las libertades, los derechos humanos, la democracia, el empleo, las migraciones, las causas étnicas, y muchos más, y por tanto los partidos deben tener una mirada global para ubica sus aspiraciones en las corrientes de cambio que las sociedades mundialmente exigen.
Gracia señala que contra el pragmatismo populista de la derecha – y hoy en muchos casos contra el populismo neofascista que enarbola la derecha extrema – es necesario colocar “la solidaridad no como bandera sino como acto legislativo concreto; la fraternidad no como sentimiento sino como decisión práctica, de vida; la redistribución como instrumento y no como fin telúrico; la exigencia cultural/educativa como requisito del Estado y no como dádiva lúdica; la protección social como pilar estructural y no como reacción accidental”.
“O es el Estado Democrático o no es nadie”, no hay atajos, y por ello la democracia representativa debe ser revista, ampliada, ciudadanizada, trasladada también a la esfera de la constitución de instituciones globales que puedan determinar un curso nuevo de la democracia en el mundo.
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