Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo. Presidente del Instituto de Ecología Política
La pandemia adelantó en diez años tendencias que tímidamente habían comenzado a darse en nuestra sociedad. El nomadismo como cambio en el modo de vida es uno de estos fenómenos sociales y es, además, uno de los más interesantes ya que se presenta como una alternativa para enfrentar las futuras pandemias y las consecuencias de la crisis ecológica y climática.
Entendemos por vida nómada aquella forma de vida que se practica trasladándose regularmente desde un ecosistema a otro durante un período de tiempo determinado, por ejemplo, un año. No hay que confundir este fenómeno con vacaciones o viajes turísticos prolongados. Se trata de una práctica habitual que implica desplazarse por distintos ecosistemas terrestres en busca de mejores condiciones climáticas, ecológicas u oportunidades de trabajo y supervivencia.
El tradicional hábito de nuestras capas medias de tener una segunda vivienda, generalmente ubicada en la costa o en la montaña pero dentro del mismo ecosistema, dará paso a viviendas ubicadas en ecosistemas muy distintos y diversos. Ya estamos presenciando un fenómeno de traslado de gente desde la zona central, un ecosistema con un elevado proceso de desertificación, hacia territorios ubicados en el sur del país.
Este fenómeno se presentará con mayor fuerza entre los jóvenes pertenecientes a las nuevas generaciones, principalmente la denominada “centennials” (jóvenes entre 16 y 24 años) y los “millenians” (jóvenes nacidos entre los años 1980 y 2000) que han crecido en la era digital y que alcanzaron a tener por parte de la sociedad y sus entornos familiares una buena dosis de protección y preparación. Sin embargo, a estos jóvenes les ha tocado vivir ya dos grandes recesiones y hoy se encuentran frente a un futuro precario e incierto debido a la ocurrencia de otros fenómenos como la robótica y la crisis climática. La recesión que acompaña a esta pandemia ha sido y será mucho peor para estas generaciones de jóvenes que han visto interrumpidos sus principales espacios de socialización y sus períodos de formación.
Son estos jóvenes, la gran mayoría de ellos con oportunidades de empleos precarios, lo que ya no podrán aspirar a un futuro como el que tuvieron sus padres y en ausencia de esta “normalidad” estarán muy propensos a practicar el nomadismo.
El nomadismo juvenil puede practicarse de diversas formas. Puede ser un simple “mochilero” que no tiene rumbo fijo y que anda buscando oportunidades de inserción social y/o laboral hasta otro más sofisticado que provisto de una “motorhome” viaja por un tiempo determinado y decide dónde localizarse de forma más prolongada.
Es cierto que nuestro país y el continente en general no están preparados para acoger el “neonomadismo”. También es cierto que estos fenómenos no serán una nueva moda impulsada por la sociedad de consumo sino el producto directo del cambio acelerado que estamos viviendo en relación a nuestra casa grande, es decir, la naturaleza.
Como parte del proceso de naufragio de nuestra civilización industrial se ha ido desencadenando un conjunto de procesos globales difíciles de superar y que tampoco se pueden negar u ocultar. El primero de ellos fue la crisis financiera que coincidió con el fin de la era del petróleo barato; luego se sumó la crisis comercial y el término de la expansión de la globalización. Más tarde continuó la crisis en la gobernancia que estamos viviendo hoy. Con la salida de la pandemia y una nueva etapa en la escasez de petróleo, el colapso civilizatorio entrará en sus dos fases finales: la época de las rebeliones sociales justas pero sin mucho destino por la ausencia de proyectos económicos y sociales alternativos y la mayor crisis que debemos tratar de evitar y que estará vinculada a la desintegración de nuestro sistema de valores.
¿El neonomadismo será la espora que necesitará la humanidad para renacer después del fin de este oscuro ciclo? ¿Será también este fenómeno capaz de redefinir una nueva relación campo-ciudad?
Quién sabe. A lo mejor la pandemia hizo un gran favor a la especie humana al adelantar la ocurrencia de procesos sociales que estaban previstos para diez años más por la crisis climática. Quizás también la pandemia generó una oportunidad única y nos señaló un camino real para enfrentar con éxito la etapa de la supervivencia y para tener la posibilidad de renacer con otra civilización, una donde reine la armonía entre los seres humanos y la madre Tierra.
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