Por: Aaron Cassorla. Ingeniero civil industrial TI U. Diego Portales, MBA Executive en Finanzas y marketing de U. Pompeu Fabra de Barcelona. CEO de Grupo Formax
Cuando uno decide emprender solo tiene en mente una cosa: el propósito, el leitmotiv. Nunca es el dinero, ni la gloria. Siempre se trata de cómo podemos dejar huella para trascender a los paradigmas que nos mantienen alejados del progreso y de un mundo mejor. Y en mi caso, decidí tomar ese camino de una forma un poco particular: Mi misión es no dejar huella.
Entiendo que mi propósito pueda parecerte raro, porque, ¿cuál es la razón de no dejar huella si el objetivo es precisamente ese? Pues bien, yo quiero dejar a mis hijos un Chile más limpio y próspero. Es así como mi equipo y yo nos hemos dedicado a optimizar la cadena de distribución de las empresas medianas y grandes, para reducir la huella de carbono que generan sus actividades, y al mismo tiempo, eliminar antiguas prácticas que les hacen perder dinero y retrasar su crecimiento en el mercado. Todo esto, con el apoyo de un software que se vale de Inteligencia Artificial, Automatización y Big Data para orquestar lo impredecible.
Sin embargo, les voy a confesar que algunas noches me duermo con la duda de saber si mis esfuerzos realmente están rindiendo frutos. Afortunadamente, experiencias como las que tuve hoy, me confirman que vamos por buen camino. Les cuento:
Entré al local de un cliente que tiene un par de meses gestionando pedidos con Omnix. A simple vista, uno nunca pensaría que una maquinaria omnicanal está a cargo de “hacer la magia”, hasta que llega el momento de hablar con los pilares de la empresa: los empleados.
De esta manera, conocí a Mariana, una joven vendedora con 3 años de antigüedad en la cadena de mi cliente. Al principio, ella no tenía idea de quién era yo, así que aproveché mi anonimato para acercarme como un posible comprador (con muchas ganas de socializar) para tener una charla tranquila y sincera, sin las tensiones que la formalidad empresarial a veces genera en las personas.
Empecé preguntando por las modalidades de entrega de productos del catálogo online y así, hasta que la conversación evolucionó. Terminamos hablando de su día a día en la tienda, de sus estudios universitarios y de su sueldo. Me dijo que era difícil compaginar la vida estudiantil con el mundo laboral.
Después de un silencio que parece haber durado segundos, ella me confesó que con el nuevo programa que habían traído a la tienda, su bolsillo parecía estar más holgado, de repente, se había vuelto más fácil y rápido vender porque todo el universo de productos en stock se podían organizar con tan solo unos cuantos clics. Desde hace dos meses no había vuelto a decir “está agotado, vuelva después”.
“Usted pida no más que yo le indico dónde y cuándo retirar su compra, es algo nuevo, le hace más fácil la vida a usted como cliente y a nosotros como vendedores”. Ella me contaba todo esto como si le explicara matemáticas a un niño, lo más simple posible para que yo pudiese entender.
Con sus palabras solo pude sonreír y decir en mi mente “misión cumplida”. Y es que con la optimización del trabajo de Mariana no solo podemos obtener un aumento de ventas y mejorar su calidad de vida como empleada, también generamos un ahorro considerable en recursos de flete que contribuyen a la saturación de gases en la ciudad e implican gastos para la empresa.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.