Columna de opinión de Bernardita Espinoza V. Ingeniero Civil Industrial, Universidad de Chile
En estos días ha caído una bomba, que ha remecido al país tanto a los católicos como a la ciudadanía, ante la fehaciente confirmación de los delitos y actos abusivos de índole sexual cometidos durante cuatro décadas por el mediático y otrora respetado sacerdote jesuita Renato Poblete.
Por una parte, se agradece la actitud de la Compañía de Jesús al realizar una investigación independiente que ha derivado en un reconocimiento de los delitos y actos abusivos ejercidos por el fallecido sacerdote, cuestión que no había pasado con otros bullados casos de abusos en manos de miembros de la Iglesia, como el caso Karadima, casos en los cuáles la Iglesia no solo hizo vista gorda por décadas, sino que aún ante la aplastante evidencia, siguió defendiendo y encubriendo a los victimarios, así como atacando y culpando a las víctimas.
Pero por otra parte, resulta incomprensible que actos de la naturaleza del caso Poblete, ejercidos durante décadas en contra de una gran variedad de víctimas, no hayan tenido testigos, ni confidentes, ni muestras que puedan haber alertado de dichos comportamientos abusivos, o de connotación sexual. Por favor!!, no es posible que no haya habido conocimiento de estos actos, al menos de los de abuso incipiente.
Luego las clásicas reacciones de horror, un tanto tardías, que agradezco que estén ocurriendo, son reacciones que no comprenden que se trata de actos comunes, cotidianos y aceptados por décadas, en cambio, cuando se tacha a los hechores, como en este caso, al sacerdote, de enfermos o monstruos, se les asigna un cariz de actos excepcionales. Esta interpretación no hace sino evitar que resolvamos los problemas estructurales que tenemos como Sociedad para evitar, resolver y condenar esta clase de actos abusivos de índole sexual.
¿Y por qué?
Porque si seguimos considerando estos actos como excepciones y no como actos comunes provocados y germinados en un ambiente proclive de impunidad y permisividad hacia actos abusivos de diversa índole ejercidos por quienes ostentan poder o popularidad, no ocurrirán los cambios de conducta, institucionales, legislativos y lo más importante sociales necesarios para su erradicación.
La violación y el abuso sexual no son actos aislados, no son actos ejercidos por seres extraños y excepcionales al amparo del anonimato y la sombra. NO, son actos mucho más comunes y cotidianos de lo que queremos aceptar, ejercidos por gente conocida y muchas veces sin mediar el amparo de la sombra, que se producen, en cambio al amparo de la “vista gorda”, de la permisividad, de culpar a las víctimas de provocar al hechor, de bajarle el perfil a la relevancia que tienen y al impacto emocional y social que implican para la víctima y su entorno. Dichos como “era picado de la araña”, “era picarón”, le daban una connotación humorística a los actos abusivos de índole sexual.
La dura realidad es que nuestra Sociedad, durante décadas, ha permitido la ocurrencia de estos actos y ha generado un ambiente proclive a su ocurrencia mediante la normalización, mediante la cultura, el lenguaje, el humor, que en determinadas circunstancias gatillan actos abusivos de personas que ostentan poder, personas que, en un ambiente en que, dichos actos, fueran generalizadamente mal considerados y castigados con desprestigio social, no los cometerían.
Y hago hincapié a la sanción social, pues no bastan las sanciones legales, pues muchas veces los actos abusivos, o bien no llegan a configurar delitos, o no se cuenta con la sensibilidad social, con la predisposición para condenarlos. Si quienes deben aplicar las leyes no están convencidos desde las conductas primarias, del abuso incipiente, que estás conductas deben ser erradicadas, e insisten en defender dichos actos, como costumbres o cultura (defensores del acoso callejero, por ejemplo), las leyes serán inoficiosas.
Luego, insisto, mientras haya impunidad social, y los abusadores sean, ya sea apoyados por su empresa o institución, o bien haya vista gorda a sus actos, no haya una sanción sincera y real del ambiente y la Sociedad, estos casos de mayor gravedad seguirán “sorprendiéndonos” y “horrorizándonos”, mientras a nuestro lado, a vista y paciencia de nuestra permisividad, ocurren actos de abuso incipiente que normalizamos y aceptamos.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.