Por: Manuel Baquedano M. Presidente Instituto de Ecología Política
Es muy probable que los seres humanos no resuelvan la crisis climática Un fenómeno global sólo se puede resolver con una acción de escala global y hoy la gobernancia del planeta es prácticamente nula. Incluso es más probable que ocurra una tercera guerra mundial (una que sea nuclear) en lugar de que se establezca la paz entre todas las naciones del mundo con el objetivo de resolver la crisis ambiental. Porque es evidente que los otros problemas, por muy importante que parezcan, dejan de tener importancia si no se resuelve antes esta crisis.
Las metas que se propusieron las Naciones Unidas para combatir la crisis ambiental (1,5°C de sobrecalentamiento global para el año 2030 y 2°C para 2100) ya no son alcanzables. Tanto es así que faltan sólo dos o tres años para alcanzar el aumento de 1,5°C, es decir, esto podría ocurrir en 2025 o 2026. En este mismo sentido, los fatídicos dos grados se alcanzarían con una alta probabilidad a finales de la década del ´30 e inicios del ´40, es decir, 60 años antes de las metas fijadas por los Acuerdos de París en 2015.
En palabras del Secretario General de la ONU, António Guterres, “La humanidad ha abierto las puertas del infierno”. Y como afirman los principales científicos, el clima ya está fuera de control.
Si consideramos como correcto este diagnóstico, para comprender mejor la situación podemos recurrir a lo que llamo “el semáforo del clima”. Este semáforo está compuesto por cuatro luces.
La luz verde nos indica un período de seguridad climática. Conlleva un aumento de un grado centígrado y, por lo tanto, es un escenario con 350 partículas por millón (ppm) de CO2. La luz verde se transformó en luz amarilla en 1988, cuando superamos esta cantidad de emisiones.
La luz amarilla indica “alerta climática”. Este período está signado por el sobrecalentamiento de 1,5°C y sus consiguientes 430 ppm de CO2. Esta luz se acabaría en dos o tres año más y daría lugar a la luz anaranjada: a un período de sobrevivencia humana o de adaptación profunda.
Durante la adaptación profunda la humanidad se jugará su permanencia en la Tierra. La sobrevivencia deberá ir acompañada por nuevas respuestas de convivencia social que permitan ajustarnos a los límites que nos impone la naturaleza y que, al mismo tiempo, configuren los elementos necesarios para crear una nueva civilización.
En cambio, si nuestra civilización no logra ajustarse a los límites de la naturaleza, es muy probable que acabemos extinguiéndonos como especie.
En este contexto es que comienza a hablarse de “deserción” además de inacción climática, de personas que no consideran los llamados oficiales a la acción climática pues los mismos no aseguran ya un proyecto nuevo de sociedad.
“Lo verdaderamente anormal es adaptarse a una sociedad enferma”, nos dice el filósofo italiano Franco Bifo Berardi y nos recalca que no es depresión sino deserción, que hoy se busca diagnosticar y tratar médicamente lo que es un fenómeno existencial y político.
Normalmente el término deserción refiere al acto de abandonar ciertos deberes, principalmente en el ámbito militar donde la deserción es severamente castigada. A lo largo del tiempo, el concepto ha asumido numerosas interpretaciones, aunque siempre ha significado el abandono de compromisos contraídos con anterioridad. De esta forma, perfectamente se puede desertar de las reglas imperantes de la sociedad en la que vivimos y dejar de seguirlas o directamente abandonarlas.
Dentro de esta perspectiva, quien se refiere magistralmente al concepto es el español Amador Fernández-Savater. El filósofo señala que la deserción implica un cambio en la mirada: “No ver la deserción como defecto, sino como potencial. No como lo que hay que explicar, sino como lo que explica. No lo que hay que resolver y solucionar, sino lo que nos hace preguntas sobre la vida que llevamos y la necesidad de introducir en ellas cambios radicales. La deserción no es resignación, sino búsqueda silenciosa de algo distinto”.
Es muy probable que los desertores del modelo de desarrollo se transformen en el sujeto principal que impulse la sobrevivencia, y por ende la adaptación profunda, durante este período. El tiempo que tenemos para crear una nueva situación, una nueva civilización, será muy corto: hasta que lleguemos al sobrecalentamiento de los 2°C. Esto es así porque es muy difícil imaginar que los seres humanos podamos soportar este aumento en la temperatura corporal.
¿Lograremos salvar a la humanidad de su extinción y construir una nueva civilización reconciliada con la naturaleza, una que respete sus límites y mejore las condiciones de vida? Esto sería lo ideal, aunque una parte significativa de la población no lo alcance a vislumbrar.
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