Por: Víctor Osorio Reyes. Coordinador del Programa de Derechos Humanos y Ciudadanía de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM)
Profesora, diplomática, poeta y escritora, Gabriela Mistral fue por largo tiempo una figura escondida para chilenas y chilenos. Baste recordar el poco decoroso hecho de que recibiera el Premio Nacional de Literatura seis años después de obtener el Premio Nobel en 1945, como primera mujer latinoamericana en lograr ese reconocimiento.
Durante décadas se mostró una figura de ella más bien como una señora lejana, dedicada a temáticas etéreas, de poca sustancia real, inocua. Poco se enseñaba de sus puntos de vista sobre la educación, el desarrollo de la mujer o su mirada de la política en el país. Existen publicaciones de escritos suyos en el norte de Chile que abogan por una Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, al menos diez años antes de que ésta se concretara.
Sólo a mediados de los años 2000, la actitud de Doris Atkinson –sobrina de Doris Dana, compañera y albacea mundial de la poeta chilena– constituye una especie de broche de oro a un proceso que se viene dando desde finales de los 90.
Variados libros de autores y autoras chilenas (Matilde Ladrón de Guevara y Jaime Quezada, por citar algunos) intentaron abrir las pesadas puertas que escondían a la Premio Nobel. Al donar a Chile importantes documentos y cartas, Atkinson –por una parte– lleva la contraria a su tía fallecida que nunca quiso entregar nada de Gabriela Mistral a Chile, precisamente por el ocultamiento vivido y –por otra– entrega unas llaves simbólicas que permiten, por fin, develar al país el verdadero rostro y espíritu de Gabriela Mistral.
“Enseñar siempre”
Antes de eso, los esfuerzos por conocer a Gabriela eran aislados. Y todo se hace más difícil cuando la versión oficial de la poeta la termina de moldear la dictadura. La presentan como dama típica, nada de afectiva, con una postura conservadora sobre el orden de las cosas.
Sus rondas infantiles dominan, incluso, la propaganda oficial. Pero además de ser un billete y darle su nombre a alguna que otra calle, se invisibiliza la figura de educadora de Gabriela Mistral. Tampoco se da conocer qué pensaba sobre la importancia social de la educación.
Poco se cuenta, por ejemplo, que en 1922 el poeta y Ministro de Educación de México José Vasconcelos la lleva a trabajar a su país para desarrollar una profunda Reforma Educacional. Así, en cada Estado o región del territorio mexicano existen colegios, bibliotecas o grandes plazas que homenajean a la poeta chilena.
Tampoco del sólido bagaje pedagógico que construye con empatía, práctica y teoría, en el que prima la diversidad cultural, de ideas y pensamientos, con el protagonismo de niños y niñas para que sean capaces de superar las profundas desigualdades sociales que arrecian en Chile. No por nada escribe: “Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con actitud, el gesto y la palabra”.
Al recordar un nuevo año de su partida, cabe subrayar que hoy es posible conocer muchas de sus dimensiones, miradas y puntos de vista, toda la profunda riqueza de su pensamiento.
Respecto de sus opciones sociales, manifiesta: “Soy, antes que todo, obrerista y amiga de los campesinos; jamás he renegado de mi adhesión al pueblo y mi conciencia social está cada día más viva”. También expresó: “Sucede que, entre los inmensos intereses capitalistas criollos y los intereses de los capitalistas extraños, desarrolla su vida entera la masa de un pueblo que no verifica estos arreglos y que sólo los padece, masa que constituye el cuerpo del país, es decir, la carne de la patria”.
Asimismo, considera a la mujer como agente de paz y de creación de nuevas formas de relación al interior de la sociedad: “La mujer debe contribuir a la reconstrucción económica del mundo con la abolición del lujo; a la reconstrucción moral con la enseñanza de la fraternidad de todos los pueblos”. Por eso, demanda: “La instrucción de la mujer es una obra magna (…) Instrúyase a la mujer. No hay nada en ella que le haga ser colocada en un lugar más bajo que el del hombre”.
“Esos grandes soles”
Solamente uno de sus libros, “Lagar”, tiene una primera edición en Chile. Todos los demás son publicados, en primeras ediciones, por editoriales extranjeras. Una parte importante de su actividad intelectual se desarrolla fuera del país: luego de México, está en Italia, Francia, Suiza, España, Guatemala, Brasil y Estados Unidos. Integra varias comisiones en la Sociedad de las Naciones (actual Naciones Unidas).
No resulta difícil imaginar que si hubieran existido las redes sociales, una legión de supuestos “patriotas” -esos que viven con odio en sus corazones- las habrían ocupado para para lanzarle los más viles ataques. Lo hicieron, pero con los medios de la época. De hecho, Gabriela escribe: “Cosas muy malas han dicho de mí en el país que Dios me dio por patria. A ciertos compatriotas sólo les falta atribuirme un asesinato”.
Su pensamiento inspira con convencimiento a quienes nos desenvolvemos en el ámbito de la educación, sobre todo en la época contemporánea. Y qué frase más actual que ésta, por ejemplo: “Yo pondría al alcance de la juventud toda la lectura de esos grandes soles de la ciencia (…) Yo le mostraría el cielo del astrónomo, no el del teólogo. Le daría todo el secreto de esas alturas. Y después que hubiera conocido todas las obras; y después que supiera lo que es la Tierra en el espacio, que formara su religión de lo que le dictara su inteligencia, su razón y su alma”.
A 66 años de su fallecimiento, Gabriela Mistral constituye una inspiración moderna para el desafío de los cambios que deben introducirse en la educación chilena, para que nunca pierda su horizonte crítico, su sentido colectivo y su compromiso con la inclusión social.
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