Por: Andrés Kogan V. Sociólogo. Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea
Los trágicos asesinatos a distintos carabineros en Chile estas últimas semanas ha generado una ola de reacciones desde el mundo político y social, que ha mostrado la peor cara del punitivismo penal y de un empobrecimiento del debate público, que se manifiesta esta vez a través de la llamada agenda de seguridad.
Esto a propósito de la aprobación de la Ley Nain-Retamal, que abre margen a la violación de los derechos humanos de parte de las policías y fuerzas armadas, en donde como ha planteado el Alto Comisionado para los Derechos Humanos y Amnistía Internacional, es una ley que amenaza la integridad de las personas, ya que la llamada legítima defensa privilegiada que aparece en el articulado, puede generar mayor impunidad y una regresión autoritaria, al reducir la rendición de cuentas y trasladar la carga de la prueba a la víctima de la violencia estatal.
Esto acompañado de un ferviente clamor desde los grandes medios de información concentrados y de una sociedad con cada vez más terror por el aumento de homicidios en Chile, pidiendo más mano dura a través de una necropolítica, ligando la migración con la delincuencia de manera racista y exigiendo más atribuciones a carabineros para frenar la delincuencia, sin importarle en lo más mínimo la vulneración de derechos básicos.
Ante esto, el escenario en Chile se vuelve muy peligroso y poco esperanzador, sobre todo después del plebiscito del 4 de septiembre del año pasado, ya que los sectores más conservadores, neoliberales y reaccionarios lo ven como un momento propicio para presionar al gobierno de Gabriel Boric e instalar su propia agenda de seguridad, que le importa en lo más mínimo la desigualdad, la segregación y la falta de un Estado presente en los territorios.
De ahí que sea muy difícil de instalar un relato que vea a la seguridad de manera más integral, en donde la prevención del delito y las distintas formas de abordarlo, esté en el centro un trabajo fuerte a nivel territorial, municipal y comunitario, una reforma a un sistema carcelario indigno y desbordado y una modernización a carabineros, en su formación, equipamiento e inteligencia.
No obstante, lo que más preocupa no es solo la incapacidad de instalar una agenda progresista en materia de seguridad, que respete los derechos humanos y lo vea sistémicamente, sino el no ver el tema también como el resultado de un sistema patriarcal, que tiene mucho peso en todo lo que está pasando y en las miradas que se están instalando.
Lo señalo ya que toda esta discusión sobre la seguridad ha invisibilizado por completo el ver el tema desde los estudios de género, la criminología feminista y los estudios de masculinidades, que nos ayudan a entender las lógicas patriarcales que están detrás de las formas de actuar del narcotráfico, del crimen organizado, de las cárceles, de los policías, fuerzas armadas y de todo el sistema penal imperante.
Es cosa de revisar las estadísticas sobre los homicidios en el mundo y en Chile en particular, en donde son en su gran mayoría realizados por hombres, mostrando que la criminalidad tiene un componente de género muy fuerte, y que desde la política pública y la prevención no se ha tomado en consideración.
No es casualidad por tanto, que los hombres, principalmente jóvenes, maten mucho más a hombres desconocidos en el ámbito público y a mujeres en el ámbito privado, respondiendo a un sistema de género binario y patriarcal, en donde ha predominado por siglos un tipo de masculinidad que se ha construido desde la naturalización de la agresión, la violencia y el control de los cuerpos de las mujeres y la rivalidad entre hombres.
Esto como resultado de que desde muy pequeños como hombres nos han inculcado el ser fuertes, poderosos, ganadores y exitosos, desarrollando una virilidad que desprecia completamente el cuidado de la vida, siendo las peleas, las batallas y la guerra las formas de enfrentar y solucionar los conflictos que nos van apareciendo en el camino.
Esto sumado a un contexto actual, en donde el rol de proveedor de los hombres está completamente en crisis, dentro de un marco neoliberal, de profundas asimetrías sociales, concentración de la riqueza y de precariedad laboral, en donde los hombres ya no se integran en el trabajo, sino a través del consumo, lo que genera mayor incertidumbre y se responde con mucha rabia, impotencia y violencia.
No hay que sorprenderse entonces, que quienes manejan el narcotráfico y el crimen organizado sean esencialmente hombres, ya que responde a un mandato de masculinidad insostenible socialmente, que nos tiene prisioneros y subordinados a formas de relacionarnos que nos terminan matando todos los días.
Frente a esto, la respuesta del Estado cae en las mismas lógicas patriarcales, a través de un punitivismo penal sin fin y de una violencia de parte de las policías y cárceles, que solo agravan el problema, a través de una batalla contra la delincuencia incapaz de ver la seguridad como parte de un proceso relacional y parte de una sociedad dañada de muchas maneras.
Por otro lado, tenemos la persistencia de las múltiples violencias contra las mujeres, como lo son la económica, psicológica, sexual y la muerte de muchas de ellas, que responde a un tipo de hombre incapaz de gestionar sus emociones y salirse de un rol y molde histórico, que trae mucho más daño que beneficios para nuestras personas cercanas como para nosotros mismos.
El ejemplo del prohibicionismo y la fracasada guerra contra las drogas, nos muestra cómo el sistema penal en este ámbito perjudica mucho más a las mujeres que a los hombres, ya que son encarceladas en mucho mayor cantidad, al estar en el eslabón más débil de un negocio ilegal dominado por los machos que controlan el dinero y los territorios.
Por último, por si fuera poco, tenemos las tasas de suicidio o violencia contra nosotros mismos, que también son lideradas por hombres mayormente, lo que evidencia que algo está pasando y pareciera que no lo vemos o no lo quisiéramos ver, sobre todo las autoridades, que en el caso de Chile, se omite todo lo señalado desde una limitada y reduccionista idea de seguridad
Dicho lo anterior, las políticas de seguridad tienen que despatriarcalizarse también si quieren generar cambios profundos a largo plazo en la manera como nos relacionamos, por lo que incorporar el factor género e impulsar masculinidades centradas en el cuidado a nivel preventivo, en las formas de abordar el delito y en la reinserción social, puede ayudarnos a construir sociedades menos violentas y más amables.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.