Por: Dra. Nanette Liberona C. Académica de la Universidad de Tarapacá. Especializada en Relaciones Interétnicas y Migraciones
Ser migrante es equivalente a ser delincuente. No solo en Chile, sino que en el mundo globalizado. Los medios de comunicación y discursos de autoridades condicionan una opinión pública desfavorable hacia la migración, asociándola a la ilegalidad, a la inseguridad, a la extranjereidad. Así, se generan las condiciones para que la ciudadanía exprese lo peor de sí a través de las redes sociales e incluso, en ocasiones de gran descontento social, en violentas manifestaciones antimigrantes.
Las mujeres migrantes enfrentan esta opresión en una lucha cuerpo a cuerpo y deciden seguir adelante con sus proyectos migratorios, por la sobrevivencia propia y la de sus familias. Entendemos esta opresión como racismo, cuyo fin es sacar fuera del grupo “mayoritario” (o dominante), fuera de la norma, fuera de lo humano a personas racializadas, es decir, sometidas a un proceso de jerarquización de las poblaciones, que permite situarlas, nombrarlas, etiquetarlas o aplicar políticas focalizadas en ellas.
En el caso de las mujeres migrantes, el racismo permite calificarlas como “quita maridos”, prostitutas, “malas madres”, e incluso buenas para la limpieza o para cocinar, porque también estamos ante una opresión capitalista que va de la mano y se reproduce en base a la estructura patriarcal.
El cuerpo migrante es un “cuerpo para el capitalismo”, una “fuerza de trabajo explotable y disponible” señalan Tijoux y Riveros (2019) para enfatizar que en los cuerpos se inscriben los estigmas y, al mismo tiempo, el cuerpo es el soporte de las experiencias.
Los cuerpos de mujeres migrantes están expuestos al abuso, a la explotación, al trabajo informal, a la violencia, al riesgo, al abandono y también a la opresión machista. Para muchas mujeres migrar es una decisión ante la violencia de género, la violencia económica, la ausencia de una paternidad responsable. E involucra a las hijas e hijos, tanto si se dejan en el país de origen, como si emprenden el viaje con ellos, porque en las sociedades contemporáneas, la sostenibilidad de la vida depende principalmente de ellas, quienes por mandato patriarcal han asumido las labores de reproducción social. Así, el cuidado de las familias queda a cargo de las mujeres y de aquellos cuerpos que asumen roles “femeninos”.
Pero no se trata de cuerpos domésticos, sino de mujeres, niñas y disidencias migrantes que valientemente atraviesan fronteras, a pesar de todos los muros, zanjas y papeles. Y este 8 de marzo marcharemos con ellas y por ellas, para liberarnos juntas de todas las opresiones
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