Por: Manuel Baquedano M. Fundador y Presidente del Instituto de Ecología Política
Aquellos seres que hemos tenido el privilegio de vivir esta pandemia más allá de la situación de supervivencia, probablemente hemos aprendido a distinguir cuáles son los elementos esenciales para la vida y cuáles son superfluos.
Este aprendizaje que se desprende de los hechos debería producirnos un aumento de conciencia que nos permita, al mismo tiempo, prepararnos para enfrentar una gran crisis como la actual y también otros desastres “naturales” que pueden ocurrir y que están ocurriendo en nuestro país y en el planeta.
Como he señalado en otras ocasiones, se acabó el tiempo de la inacción ante la crisis ecológica y climática. En este contexto, la pandemia -que es un aspecto más de la crisis- ha sido generosa al regalarnos un período necesario para reflexionar acerca de lo importante. Ahora, con el desconfinamiento prematuro, podemos poner en práctica todo lo que hemos podido ver, reflexionar y anhelar en relación a lo que queremos hacer con nuestras vidas y con nuestro accionar en comunidad. Pienso que esta es una hermosa y única oportunidad que nos entrega la naturaleza y que dependerá de nosotros aprovecharla o no.
Raúl Sohr en su libro “Desastres: una guía para sobrevivir” señala que frente a una situación de crisis las personas reaccionan de distinta forma. Entre el 70 y el 75 por ciento de las personas pierden el control de sí mismas y se vuelven presas fáciles de los comportamientos irracionales; entre un 10 y un 15 por ciento, además de perder el control, se paralizan y se orientan hacia cualquier lado y tan sólo el 10 o el 15 por ciento restante mantiene la calma y logra elaborar pensamientos coherentes.
Me temo que esta proporción se verá reflejada en el actual contexto y frente al aumento del consumo efímero que deparará el retiro del 10% de los fondos de pensiones.
No podemos negar que la pandemia nos ha puesto ante la finitud de nuestras vidas y que surgieron distintas necesidades existenciales que nos impulsan, desde ahora, a tener que reafirmar o modificar nuestros modos de vida. A mi juicio, una de las necesidades más importantes que afloró, es la de preocuparnos por el cobijo: nuestra casa grande que nos da la vida, es decir, la naturaleza y la otra casa más pequeña donde habitamos cotidianamente.
La emergencia climática ya existía antes de la pandemia y ciertamente seguirá existiendo después pues ha sido provocada por nosotros mismos, los seres humanos, que vivimos en una civilización industrial que transgredió los límites ecológicos.
A diferencia de la élite política, económica y científica que domina nuestra sociedad, pienso que el tiempo para frenar el cambio climático lamentablemente ya pasó y con ello, las políticas que pretendían mitigar el cambio climático por la vía de reformas al sistema económico y de bienestar. Desde mi punto de vista, la mitigación ahora debe dar lugar a un proceso de adaptación profunda que nos permita afrontar los nuevos desafíos que depararán la llegada de la era de la escasez y del período de la supervivencia, los dos últimos estadios del colapso de nuestra civilización. Estos estadios estarán acompañados por una crisis social y también por una posterior crisis en el sistema de valores. Es nuestra casa grande la que hace inhabitable nuestra casa pequeña. En este escenario, si no salvamos la casa grande es inútil tratar de salvar la pequeña.
Entonces debemos rebelarnos pacíficamente contra el modo de vida consumista que nos trajo a este punto tan crucial. De la pandemia ya no nos salvó la ciencia ni la tecnología; las cuales tampoco serán capaces de salvarnos de la crisis climática. Tenemos que convertirnos en seres y comunidades resilientes, con capacidad para desenvolvernos en tiempos de fuertes y sucesivas crisis, porque nuestra supervivencia no puede depender del mercado y del Estado. Como ciudadanos debemos, ante todo, depender de nuestra comunidad cercana y al mismo tiempo organizada.
Se acerca la primavera en el sur del mundo y comenzamos a vislumbrar la luz de optimismo que ella nos trae. Esta primavera será especial para muchas personas pues coincidirá también con un nuevo despertar en sus vidas ya que se plantearán qué es lo que realmente quieren hacer de ahora en adelante.
A este tiempo me gusta pensarlo como el tiempo de los guerreros del arco iris: de los seres humanos que luchan para que nuestra especie humana no desaparezca y pueda vivir reconciliada y en armonía con la naturaleza.
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