Por: Diego Fleischmann. Integrante y cofundador de Un Nuevo Equilibrio
El escenario que se ha dibujado en el país desde octubre de 2019, y que se ha profundizado con la pandemia por el coronavirus, ha generado la necesidad urgente de repensar la forma de hacer empresa en Chile. El momento no sólo impone nuevas responsabilidades a la hora de relacionarse con los trabajadores, sino que es una coyuntura especial en cuanto a cómo nos relacionamos con el medioambiente y sociedad.
La sociedad suele apuntar a la gran empresa como parte fundamental del deterioro ambiental en diversas zonas del país, pero de una manera cada vez más recurrente, la población valora la productividad responsable también en la pequeña y mediana empresa. Independiente de la idea preexistente de que este tipo de labor es “caro”, las cifras apuntan a un interés creciente: un estudio desarrollado por Acción Empresas de 2019 sobre pautas de consumo, indicó que 1 de cada 3 chilenos está dispuesto, incluso, a pagar un 20% más por productos “verdes”.
Esta preocupación no sólo crece entre los consumidores. En su último informe titulado “La próxima frontera: desarrollo humano y el Antropoceno”, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se enfoca en la relación entre desarrollo humano y la sostenibilidad planetaria, incorporando por primera vez Índice de Desarrollo Humano Ajustado a las Presiones Planetarias (IDHP)
De acuerdo al documento, el 2019 el IDH de Chile fue de 0,851, lo que lo deja en el lugar 43 del ránking mundial entre 189 naciones, al igual que Croacia, manteniéndose en la categoría de países de desarrollo humano “muy alto” y a la cabeza de los países de América Latina y el Caribe.
Sin embargo, en lo que se refiere al IDHP, Chile sufre un ajuste menor que otros países de mayor nivel de desarrollo humano, dejándolo 14 puestos más arriba en el ránking mundial. El IDH de nuestro país cayó de 0.851 a 0.774, lo que representa una pérdida de 9% en la medida.
No podemos cambiar el mundo haciendo lo mismo que hemos realizado siempre, necesitamos nuevos conceptos y nuevas aproximaciones, incorporando variables de impacto social y medio ambiental, que beneficien a la gente y el planeta en esas dimensiones.
La revolución tecnológica más reciente es la inversión de impacto y es tan disruptiva como la revolución industrial. Es un movimiento pacifico que empezó con un grupo de consumidores jóvenes y emprendedores que innovando en los modelos de negocios, y serán los motores que reducirán la desigualdad y mejorarán la calidad de nuestro medio ambiente.
Esto tiene que estar integrado en el ADN de nuestra sociedad y tiene que constituirse en el corazón de nuestro sistema económico, donde se maximicen las utilidades, pero sin perder de vista que debe ser alcanzando el mayor impacto positivo y al menor riesgo posible.
Es una triple Hélice: Riesgo, Retorno e Impacto, que debe considerarse para la toma de decisiones de consumo, empleo, para emprender y para invertir. Y el impacto se puede y debe medir.
Esta es una de las invitaciones que hacemos en “Un Nuevo Equilibrio” (UNE), que es una plataforma en la que buscamos reunir voces, opiniones y voluntades para determinar acciones concretas que nos permitan construir empresas que sirvan tanto al desarrollo económico del país, como al social y medioambiental.
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