Por: Yerko Halat. Gerente general MIND y académico Universidad Finis Terrae
Ante una nueva conmemoración del día que festeja a internet como un servicio que ya está en todos los ámbitos de nuestra existencia, creemos importante afirmar que la transformación digital, una de sus principales consecuencias, no ha sido una derivación per sé del mayor acceso a este servicio electrónico, sino que es parte de un comportamiento que la tecnología ha generado en todos nosotros como consumidores en base a tres elementos subyacentes: la conectividad, la información y la capacidad creciente del procesamiento de datos. Lo común entre estos tres soportes es que cada vez son más masivos, potentes y más baratos.
Para tener una idea del cómo ha evolucionado, basta mencionar que toda la capacidad de procesamiento del programa Apollo que llevó el hombre a la Luna hoy es similar a un celular de gama baja. O que el computador de mayor procesamiento del año 1995 no era mayor que una consola de juegos actual. No hay que olvidar que los diskettes usados hasta principios de los 2000 tenían una capacidad exacta de 1.4 MB.
Hay en esto tres elementos que se han conjugado a lo largo de los años y que vale la pena destacar.
Por un lado, la “conectividad total” es cada vez mayor. Hoy todos nosotros ni siquiera nos cuestionamos la posibilidad de comunicarnos con alguien en Australia, Inglaterra o Brasil, e incluso todos juntos en un grupo. Ese comportamiento ya lo tenemos profundamente interiorizado y lo suponemos. Pero cuesta creer que no siempre fue así.
En términos transaccionales, ya casi no hay costos de “intermediación”. me refiero a que antes de la era de internet comprar un repuesto, por ejemplo, para un auto clásico antiguo significaba contactar por teléfono a un importador, que debía acceder a un catálogo en Estados Unidos para comprar un repuesto que se confeccionaba en Alemania. Si en su origen el artículo costaba $ 5 mil, en Chile se pagaba $ 50 mil o más. Hoy también ya es natural que compremos un cable para el celular en Aliexpress a 20.000 km de distancia, incluso más barato que comprarlo en la tienda, si es que agregamos otros costos como movilización.
Esta conectividad ha permitido que surjan y se masifiquen plataformas como Uber, que precisamente “conecta” a choferes y usuarios después de años en que la conectividad era “fortuita” para encontrar un taxi: se dependía de un conductor que tenía que pasar por el lugar en el que estaba el usuario para poder abordarlo. Este nuevo modelo de negocios ha significado una explosión de plataformas de todo tipo.
Luego está el caso de la información, que se ha venido digitalizando desde los años 70. Esto significó llevar la información a un sistema de “ceros y unos”. En los 80 se digitalizó la fotografía y en los 90 los videos y las comunicaciones en general. El potenciador fue la posibilidad de acumular información a través de los servicios de nube, para personas y uso empresariales.
La fotografía de uso personal es un buen ejemplo, lo que pasa “detrás de la pantalla” es impresionante, luego de la captura, silenciosamente se almacena ya sea en Google Fotos o iCloud, incluso deja de utilizar espacio físico del propio celular. Luego a sólo un par de clics está la posibilidad de compartir, “conectar”, con amigos, familiares o incluso hacerlo público para que tengan la posibilidad de verlas no millones, sino, miles de millones.
Este almacenamiento permitió un paso posterior y que hoy está de moda: el procesamiento de datos a un nivel superior. La sofisticación de algoritmos de procesamiento, también llamada inteligencia artificial, ha permitido obtener valor y riqueza práctica de esa gran cantidad de información. ¿No llama la atención que Netflix acierte en la recomendación de la próxima película que deberías ver?
Todo lo anterior nos demuestra que la transformación digital no fue impuesta por internet ni por las empresas tecnológicas, sino que ha sido el resultado lento y progresivo de los hábitos de las personas. Esto es internet.
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