Por: Arturo Celedón. Director Ejecutivo de Fundación Colunga
Los cambios de contexto afectan de forma radical a las niñas y niños, sobre todo cuando viven en contextos poco estables. Desde que comenzó la pandemia, frente a la incertidumbre que provoca la situación y la vulnerabilidad económica, se agudizaron los problemas al interior de los hogares, donde los más afectados son las niñas, niños y adolescentes (NNA) ya que tienen menos espacios de acompañamiento y contención. Con ello se visibilizan las brechas sociales, de género, de salud mental, entre muchas otras.
Lo mismo está pasando hoy frente a la crisis climática: Las niñas, niños y adolescentes no son responsables de este tipo de problemáticas y menos aún de los impactos en el ecosistema, pero son ellos/as quienes soportan la mayor carga del fenómeno, porque no solo son vulnerables a las condiciones meteorológicas extremas que están aumentando con el paso de los años a nivel mundial sino también de los riesgos y enfermedades que estas mismas provocan.
El reciente informe de UNICEF sobre “Índice de Riesgo Climático de la Infancia” mostró por primera vez cuantos niños y niñas viven en zonas expuestas a múltiples desastres ambientales. En donde todos los y las NNA están en riesgo o por lo menos afectados/das por estrés a raíz del cambio climático, ya sea por olas de calor, ciclones, contaminación atmosférica, inundaciones, escasez de agua, entre otros.
A nivel de América Latina y el Caribe, 169 millones de menores de edad están propensos al menos a dos crisis climáticas y ambientales, puesto que el 25% de ellos vive en zonas afectadas por lo menos de cuatro perturbaciones.
La adaptación al cambio climático debe ser diseñada con foco en la infancia. Junto a las políticas de cuidado del medio ambiente, se deben incorporar estrategias de contención de las familias y mecanismos de comunicación especialmente dirigidos hacia niños y niñas, que promueva el involucramiento con las soluciones, la comprensión de la problemática y el desarrollo de recursos de afrontamiento. El problema lo hemos generado las y los adultos, pero no podemos repetir el error de olvidar a la niñez a la hora de pensar en cómo enfrentarlo.
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