Por: Josefa Villarroel. Directora del Observatorio de Políticas de Emprendimiento
En términos generales, la autonomía financiera se define como la capacidad que tienen las personas para poder tomar decisiones en función de los ingresos que generan.
En Latinoamérica, según datos de la Cepal, más de las mitad de las mujeres no tienen ingresos propios o sus ingresos no alcanzan un sueldo mínimo y en Chile aunque parezca sorprendente esa realidad no es muy diferente.
No contar con ingresos propios, deja a estas mujeres en un escenario de incapacidad, dependencia y vulnerabilidad, que no solo las afecta a ellas, ya que muchas veces es una realidad que se traspasa a los hijos y familia.
Lo más probable, es que mientras lees esto comience a formarse en tu mente la imagen de la mujer en situación de pobreza y desamparo. Sin embargo, debes entender que esta, es también la realidad de mujeres que después de una vida de comodidad lo perdieron todo, o de mujeres profesionales que nunca ejercieron su carrera y se ven en el desafío de buscar trabajo sin experiencia y ni juventud, o de las mujeres que migran sin la posibilidad de reconocer sus estudio y sin redes de contactos, o las que se vieron afectadas por un accidente o enfermedad que las incapacita.
Es tan común, como dañino caer en los estereotipos o caricaturizaciones, pero en algún punto puede que esa ridícula simplificación de la realidad nos entregue un grado de superioridad que incluso nos puede hacer sentir a salvo de lo que podemos percibir como una amenaza.
El mundo del emprendimiento no esta ajeno a esta forma de ver la cosas, “el emprendimiento de las mermeladas” es un termino comúnmente usado para referirse a ciertas iniciativas emprendedoras que para ojos de gurús o visionarios del emprendimiento innovador no son dignos ni siquiera de análisis o apoyo.
Más común aún, es que el “emprendimiento de las mermeladas” sea una forma de estereotipar y minimizar las iniciativas de emprendimiento generadas por una mujer, decretando ex antes el desempeño o alcance que puede tener esa iniciativa.
Una forma de ridiculizar no solo el emprendimiento, sino que las motivaciones, sueños y ambiciones que están detrás, sin importar el rubro, origen o nacionalidad de la emprendedora que lo impulsa. Una sutil forma de generar un nuevo obstáculo para el desarrollo de esa iniciativa, que incapacita a una mujer que busca alcanzar autonomía financiera y la capacidad de decidir que esta conlleva.
Lo legitimo, lo correcto, lo que debe ocurrir es que la capacidad emprendedora de las mujeres se exprese de la manera que sea, con los recursos que tengan a mano, con las motivaciones que las inspiran y que sean acogidas por el entorno.
Lo ilegitimo, es que cualquiera se atreva a truncar, ridiculizar o desahuciar esa energía emprendedora, lo incorrecto es establecerles etiquetas que las limiten, lo que no debe ocurrir es olvidar nuestra dulzura la próxima vez que hablemos de mermeladas.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.