Por: Tatiana Aguirre. Investigadora Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural
Entre cerros y caminos de ripio vive la señora Nancy. Visitamos su casa en Llanquecura Bajo, localidad de la región de Los Ríos, para evaluar su participación en la iniciativa “Ruta Digital” del programa Mujeres Rurales que buscó facilitar la conectividad y fortalecer las habilidades digitales al utilizar celulares, como medida para afrontar la pandemia.
Nancy nos muestra las frutillas y las papas de su huerta, nos cuenta de sus más de 60 años de vida, que es hija de campesinos y nació en el mismo terreno donde hoy vive, pero que vivió y trabajó años en otros lugares y ciudades. Sobre el uso del celular nos dice “aprendí poco, pero algo aprendí, porque siempre se aprende”.
Su historia, como tantas otras, está cruzada por el esfuerzo, la superación personal, y una extraña mezcla de soledad y cercanía con personas que viven lejos, pero que gracias a la tecnología y los celulares pueden estar más cerca.
Al hablar de las desigualdades que las mujeres rurales enfrentan, podríamos apuntar a la división desigual del trabajo, la precariedad e informalidad laboral, a la violencia de género, la falta de acceso y tenencia de tierras, entre otras discriminaciones. Con las mujeres rurales, se suele poner el foco en el trabajo, y con justa razón. La triple jornada entre la generación de ingresos, la producción para venta y/o autoconsumo y el cuidado a terceros es patente:
Las mujeres rurales están más de 10 puntos porcentuales por debajo de sus pares urbanas en participación laboral y participan menos de la mitad que los hombres rurales, según un informe del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género (2017). Las cifras de desocupación de mujeres rurales suelen ser elevadas, lo que tiene el componente oculto de desvalorización de su trabajo, puesto que se considera de subsistencia o complementario al trabajo de terceros. Las mujeres de la agricultura familiar campesina trabajan aproximadamente 13 horas diarias: 9 en actividades silvoagropecuarias y 4 de labores domésticas no remuneradas, según un informe de PRODEMU.
Sin embargo, tanto la Sra. Nancy como otras mujeres que entrevistamos en nuestras salidas a terreno, nos dan cuentan de otras brechas territoriales entre zonas rurales y urbanas que afectan la desigualdad de género. Es constante su relato de cómo, a pesar de hacerse el tiempo para las capacitaciones y querer aprender a usar celulares, la señal en la mayoría de las localidades simplemente es deficiente. Según datos de la CASEN 2017, el 48% de los hogares rurales no tienen conexión pagada a Internet.
Hablar de la conectividad podría, a algunas personas, parecerles una nimiedad en el contexto del Día Internacional de la Mujer, pero ellas hablan de cómo les permite “sentirse menos solas”, mantenerse en comunicación con sus familiares que viven lejos; de cómo les permite coordinarse entre vecinas para viajar a la ciudad o intercambiar alimentos cuando lo necesitan; de cómo un trámite o reunión desde sus hogares a través de internet les permite no perder todo un día de producción por viajar a hacerlo presencial; de cómo la conexión les permite “acompañarse con la música” o acceder a información, como los “videos para la huerta”.
En un país cada vez más conectado, la conectividad es habilitación; se vuelve fundamental para el ejercicio de derechos humanos, como el derecho a la educación –lo evidenció la pandemia–, la participación en la vida cultural, el desarrollo social y económico, la libre expresión y acceso a la información, entre otros.
El avance en igualdad de género necesita ser integral y considerar a las mujeres de los territorios rurales. En nuestras publicaciones mencionamos que la estructura productiva es fundamental, pero también lo es el acceso a los servicios básicos, las redes de protección social, el resguardo del medio ambiente y el agua, junto a los patrones culturales que representan barreras para su inclusión económica efectiva y avanzar en igualdad de género.
En el contexto del Día Internacional de la Mujer, nuestro llamado es a ampliar la mirada para hablar de mujeres rurales, a superar los imaginarios tradicionales y reconocer a la ruralidad como un espacio de profundas transformaciones. Sólo de esa forma podremos avanzar en derechos para las mujeres rurales.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.