Por: Giovanni Calderón B. Director Ejecutivo Agencia de Sustentabilidad y Cambio Climático
Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Esta conocida frase, atribuida al químico francés Antoine de Lavoisier, forma parte del acervo cultural de la humanidad hace ya más de dos siglos. En otras palabras, hace más de dos siglos sabemos que lo que queda de los productos que utilizamos, los residuos o la basura, no desaparece así como por arte de magia, sino que se transforma y muchas veces en algo que daña nuestro entorno. Pero ese destino, no es inevitable.
En Chile hemos desplegado grandes esfuerzos para hacer frente a la emergencia en que nos ha puesto la proliferación de residuos causados por el consumo masivo, especialmente de productos de un solo uso. La ley de Responsabilidad Extendida del Productor, la eliminación de las bolsas plásticas y el Pacto Chileno por los Plásticos, entre otras iniciativas, intentan dan respuesta a los problemas causados por cierto tipo de residuos altamente difíciles de eliminar, especialmente los plásticos.
Sin embargo, no ha ocurrido lo mismo con los residuos orgánicos, especialmente los de origen domiciliario. La mayoría de las personas no tienen conciencia clara de que los residuos orgánicos que van desde sus hogares a los rellenos sanitarios, son una fuente importante de emisiones de gases de efecto invernadero.
Estudios del Ministerio del Medio Ambiente han demostrado que solo en 2016 se generaron en Chile 21,2 millones de toneladas de todo tipo de residuos, de los cuales un tercio, 7,48 millones de toneladas, corresponden a residuos sólidos domiciliarios, es decir los que provienen principalmente de los hogares, establecimientos comerciales, venta de alimentos, hoteles, y establecimientos educacionales, entre otros.
En otras palabras, los chilenos generamos 1,25 kilos de basura diariamente que, en su mayoría, van a parar a rellenos sanitarios y vertederos.
El problema es que los rellenos sanitarios y los vertederos son la tercera mayor fuente de emisión de gases de efecto invernadero. En ellos, los residuos orgánicos no se descomponen de manera natural, por la ausencia de oxígeno en el proceso, lo que libera una gran cantidad de metano, uno de los gases con mayor efecto invernadero que produce el calentamiento de la tierra.
Y ello porque el metano, uno de los seis gases regulados en el Acuerdo de París, tiene un efecto invernadero varias decenas de veces mayor que el dióxido de carbono.
Por todo esto, es prioritario fomentar el reciclaje de residuos orgánicos para reducir el envío de estos residuos a vertederos o rellenos sanitarios.
El Ministerio de Medio Ambiente ya está abordando esta problemática a través del programa Reciclo Orgánicos, que apunta a implementar plantas de compostaje y biodigestores anaeróbicos en diferentes comunas del país.
Sin embargo, nada de esto será eficaz mientras todos nosotros no modifiquemos nuestros hábitos y participemos activamente en la gestión de los residuos orgánicos, a través del compostaje doméstico y otras acciones que contribuyan a reducir la basura orgánica y evitar que termine en un vertedero.
El compostaje permite un proceso de descomposición más eficiente y menos contaminante, al punto que -según estudios de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Chile- un kilo de basura orgánica en un compost produce 95% menos metano que en un vertedero.
Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. Transformemos nuestros residuos en una oportunidad para cuidar nuestro medio ambiente.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.