Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política
Pucón y sus alrededores se transformaron en febrero en un buen ejemplo de lo que comenzaremos a vivir cada vez más seguido, a medida que vaya intensificándose el cambio climático. Los turistas, puconinos y residentes pasaron por lo menos seis días sin electricidad o con un servicio intermitente, con altas temperaturas, con fuertes vientos e incendios forestales; en plena temporada de verano, en una ciudad que albergaba una población por lo menos cuatro veces superior a la normal, que es de 28 mil habitantes, de los cuales 2/3 viven en área urbana.
A pesar de que el cambio climático se ha convertido en la principal preocupación mundial (el 61 por ciento de la población en América Latina así lo afirma), muy pocos consideran que sea importante prepararse para enfrentar situaciones de catástrofe concretas. Al contrario, reina siempre la falsa pero difundida creencia de que una situación así “jamás podrá pasarme a mí”. En efecto, según estadísticas citadas por el sociólogo y periodista Raül Sohr en su libro “Desastres: Guía para sobrevivir”, ante una catástrofe (como la climática), el 75 por ciento de la población actúa irracionalmente y suele ser presa del pánico, un 15 por ciento se paraliza y tan sólo un 10 por ciento tiene una conducta proactiva para enfrentar la situación.
Los fenómenos climáticos son sistémicos y están integrados por un conjunto de elementos que funcionan encadenadamente. La ocurrencia de estos fenómenos afecta la zona de confort en la que se desenvuelve cotidianamente la población. En el caso de Pucón, que basa su economía en el turismo, los turistas son grandes perjudicados ya que, cuando se trasladan desde el lugar en el que viven durante todo el año hacia una nueva zona que es de su agrado, suelen mantener y exigir todas las comodidades propias de la sociedad de consumo.
Al cortarse la electricidad, el sistema en su totalidad se interrumpe y la cadena de bienes y servicios deja de funcionar o lo hace precariamente.
Entonces, los turistas (y también los residentes) se enfrentan a una situación imprevista y quedan sin medios para abordar la vida cotidiana: las tarjetas y los cajeros automáticos no funcionan, las bencineras trabajan sólo parcialmente, los refrigeradores comienzan a descongelarse, los ventiladores permanecen apagados; muchos jóvenes y adultos empiezan a deambular como zombis por las calles sin un celular que los mantenga “conectados”.
En este contexto, la distribuidora de electricidad (CGE) en vez de aceptar que estaba desbordada por el sobreconsumo y la falta de inversión, entregó explicaciones muy poco convincentes. (Por el grave daño causado y por su falta de políticas de prevención, esperamos que reciba sanciones ejemplares de parte de las autoridades administrativas y judiciales).
Sin embargo, más allá de lo que sucedió en febrero en Pucón, a las orillas de un hermoso lago, el Villarrica, -que ha sido declarado como “saturado” por las autoridades nacionales y que cualquiera que se informe sobre las causas de esa saturación difícilmente se atreva a bañarse en sus aguas-, estos cortes de electricidad generan un caos que produce un punto de inflexión en su crecimiento, al mismo tiempo que aumenta entre sus habitantes la convicción de que a un lago saturado le corresponde indefectiblemente una ciudad también saturada.
Estas localidades lacustres experimentaron un cambio significativo en la población flotante turística que reciben en las temporadas de verano. Antes acogían a personas o familias que practicaban un veraneo más bien selectivo, que privilegiaban el descanso en contacto con bosques, ríos y volcanes. En cambio, hoy en día reciben un turismo masivo que se destaca por su corto tiempo de permanencia y por realizar actividades de forma intensiva. Se trata de un nuevo tipo de turista que está mucho menos preocupado por disfrutar el entorno natural y que privilegia los panoramas y las comodidades que le brinda la ciudad como el casino, las salidas a restaurantes y los salones de bailes. En un contexto de cambio climático, este último tipo de visitantes suele ser el que menos preparado se encuentra para enfrentar las adversidades que se le presenten.
Sin embargo, este verano hubo otro grupo de turistas que arribó a Pucón y que aprovechando un entorno natural único, planificó sus vacaciones al aire libre junto a los ríos, los bosques y en los lagos internos de la región. A estos turistas la emergencia no los afectó: tenían sus propias tiendas para pernoctar, sus alimentos y su iluminación; siempre estuvieron distendidos y satisfechos por la experiencia vivida.
Nuestro país –y en especial, Pucón- ha recibido en este verano 2019 las advertencias climáticas enviadas por la propia naturaleza y han sido lo suficientemente impactantes para que nadie las pueda pasar por alto. No nos queda otra opción más que prepararnos y darnos por notificados ya que el cambio climático llegó para quedarse.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.