Por: Carlos Cantero O. Geógrafo. Dr. en Sociología. Pensador, Académico, conferencista, asesor y consultor. Estudia la Sociedad Digital
Desde el fondo de la historia humana rondan tres preguntas fundamentales: ¿De dónde venimos? (el origen), ¿Qué somos? (la esencia); ¿Hacia dónde Vamos? (el destino). Interrogantes de profundo sentido onto-metafísico, (onto) sobre el ser en el mundo, (metafísica) del ser y estar que alcanza hasta un poco más allá de la física, lo que se relaciona con la consciencia, es decir, la percepción de la realidad de nuestra existencia en el cosmos.
En este texto reflexionaremos sobre la segunda interrogante, sobre la esencia del ser. Sin embargo, previamente es necesario aclarar que, la pregunta tiene un sentido muy distinto según si se planea con pronombre interrogativo ¿Quién Soy? O el adjetivo interrogativo ¿Qué soy? Ambas interrogantes apuntan a cuestiones muy diferentes. ¿Quién soy? Es del ámbito sicológico, de sentido identitario, que indica la característica de una persona específica y está relacionada con un yo y un ego. ¿Qué soy? En cambio, es una interrogante del ámbito filosófico, que refiere a la ontología del ser, en su esencia y en el acto de estar siendo, es decir, consulta por el tipo o la clase a que pertenece una o varias personas o cosas.
Esta reflexión es en torno al ¿Qué soy? Tiene un sentido filosófico ontológico, refiere al ser, sus circunstancias y características, atiende a la duda espiritual y existencial, que a la postre incide también en lo identitario. Tiene relación con la auto percepción del ser, con la consciencia del ser y estar en el mundo. Surge como una primera acepción asumiendo que somos seres conscientes.
Es la unicidad del ser humano, en cuanto uno como unidad de las partes que conforman el todo. Somos autopercepción y autoconsciencia en interacción con un entorno o ethos, en la que se integra todo nuestro ser, el cerebro, corazón, cada órgano y todos los sentidos. Desde aquí surge otra acepción somos seres sintientes y pensantes, que tienen su posicionamiento en el mundo, en el que se desarrolla el ser y estar, en el acto de estar siendo, cambiando y conservando constantemente.
No somos parcialidades de uno de estos órganos y sentidos, sino que somos integralidad. Como señala con lucidez el neurofisiólogo Llinás: “el yo es un estado funcional del cerebro no es diferente del cerebro. Ni tampoco la mente”. “Los pensamientos, las emociones, la conciencia de sí mismos o el «yo» son estados funcionales del cerebro”. “La simultaneidad de la actividad neuronal (es decir, la sincronía entre esta danza de grupos de neuronas) es la raíz neurobiológica de la cognición, o sea, de nuestra capacidad de conocer”.
En un tema que hemos tratado con anterioridad -en otro texto- volvemos a la distinción entre el “ser” y el “estar”, es este caso en relación con el ser consciente y el estar consciente. Interesa precisar que el “ser” no es inmutable ni incorruptible, se es en el acto de estar, es un proceso de equilibrio dinámico, constante, en el que se expresa la eterna tensión entre cambio y conservación que caracteriza en cosmos y todo lo que es y está, como dos caras de la misma moneda. En el caso de lo humano, se “es” aquello que surge de la coherencia entre el estar o el hacer y el decir. La palabra es un poderoso elemento generativo, poiético o de creación de realidad, en la medida que se da esa coherencia referida. La semántica y la información entendidas como instancia de creación. En el acto de lengüajear el lenguaje es potencialmente generativo.
¿Qué soy? (esencia) permite entender ¿Quién soy?” (accidental). Esto define los ámbitos de deriva estructural en los que se puede mover mi existencia en el acto de estar siendo, de nuestras elecciones en el ethos que vivimos, en coherencia con su ética, estética y emocionalidad. Es la coherencia entre el ser (esencia) y estar (proceso incidental) que define lo que somos.
Habitualmente hay poco pensamiento crítico en torno a estos elementos esenciales, se tiende a manipular o adecuar la interpretación de la realidad, destacando aquello en coherencia con lo que queremos mostrar como ser, que no coincide necesariamente con lo que efectivamente somos, intentando generar un relato en coherencia con el ser asumido.
Observamos una constante configuración de la realidad, veamos algunos elementos de la historia para entender el punto. Los europeos en el siglo XX crearon obras monumentales en lo cultural, en las artes y la filosofía, se les admira mundialmente por aquello y eso define una dimensión de su ser. Pero, junto con esas monumentales obras, cometieron bárbaros genocidios en dos guerras mundiales brutales, que desangraron la humanidad, con diferencia de 20 años. La misma gente, los mismos pueblos. Por su parte, los Norteamericanos que empujaron el desarrollo científico y tecnológico, son los mismos que lanzaron dos bombas nucleares sobre pueblos civiles, en otro genocidio histórico nunca asumido en plenitud. La Unión de Repúblicas Socialista Soviética que se definía como el referente del pueblo y la democracia popular fue responsable de sangrientos genocidios sobre millones de seres humanos sin que nadie respondiera nunca por aquello. La China Comunista, aquella gran nación de la pujante economía (capitalista), ejemplo de desarrollo, frente a jóvenes que protestaban y reivindicaban en la plaza de Tiannanmen, no dudo en ejercer una brutal y mortífera reacción, en total y completa impunidad. Otro ejemplo dicotómico y paradigmático son los hechos históricos de Alemania, el país de los grandes filósofos y portentosas muestras en ciencia y tecnología, es la misma gente que cometió el aberrante genocidio sufrido por judíos y otros pueblos, a manos de los Nazis. Nos faltarían páginas para seguir refiriendo este tipo de ejemplos del ámbito internacional, nacional y local.
Somos seres relacionales, en consecuencia somos lo que son nuestras relaciones en la interacción social. La construcción de la identidad es un proceso subjetivo (depende del sujeto) que surge del proceso de interacción social con el otro, o los otros sujetos, en el que intervienen elementos de racionalidad y emocionalidad. Nos reflejamos en otros entes con los que estamos en relación, sea el mundo, el prójimo, las cosas.
La sociedad contemporánea sufre una grave crisis valórica, la opacidad ética afecta la identidad, lo que se traduce en vacuidad del ser impactando en la subjetividad. Es el extravío o pérdida de lo esencial, bajo el imperio de un desbordado materialismo, expresado en individualismo, nihilismo y hedonismo, que termina en una visión minimalista del ser humano. Un sistema pervertido en el que la persona humana es valorada por lo que tiene, no por lo que es, lo que da lugar a un proceso destructivo de la esencia de la persona en su sentido genérico.
Nuestra subjetividad surge de la capacidad de racionalizar, del sentir y el emocionarse, del asumir unos principios y valores en la convivencia, elementos que son fundamentales en el proceso relacional que define lo que somos. El viaje interior es fundamental para aproximarnos a ese entendimiento esencial de lo que somos, esto requiere sincronía con el ritmo de la naturaleza, armonía interior y exterior, desarrollar pensamiento crítico, lo que nos permite ser más concientes, elevando y ampliando el nivel de consciencia. Cobra sentido la pregunta ¿Qué somos? Para entender ¿Quiénes somos? Y pasar a la siguiente pregunta ¿Hacia dónde vamos?
Todo eso nos permitirá, re-encontrar la esencia del ser, el sentido de la vida, los sueños de nuestras vidas, el reencuentro con el alma de niño, con esa curiosidad propia, ese espíritu lúdico y de libertad sin límites. Somos y estamos en la unicidad de diversos planos paralelos de la existencia, el plano físico, cuya memoria está en el cuerpo, el plano mental de dimensiones racio-emocionales cuya memoria está en el cerebro-corazón, y el plano espiritual que define la esencia del ser humano y cuya memoria reside en el alma.
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