Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política
Poco antes de que comenzara la Cumbre de la Tierra en 1992 en Río de Janeiro, recibí una invitación de la Escuela Superior de Guerra de Brasil para participar en un seminario dedicado a la Amazonía y su futuro. La invitación era inesperada y más me llamó la atención conocer que uno de los organizadores del encuentro había leído una publicación que realicé por encargo para la Comisión Sudamérica de Paz en 1989 y que se titulaba “La Seguridad Ecológica en América del Sur”.
En 1992 la preocupación de los militares brasileños era una sola: que la Conferencia de la ONU sobre medio ambiente que se iba a celebrar en su país diera comienzo a un proceso de internacionalización de la Amazonía que terminara con una pérdida de soberanía por parte de Brasil. Este temor, en aquel entonces, parecía infundado.
Sin embargo, 27 años después, no fueron los organismos internacionales sino el mismo Brasil, el que a través de su presidente Jair Bolsonaro, revivió el debate. Ahora, en un contexto de cambio climático en el que proteger este ecosistema de bosques tropicales es de máxima prioridad ya que entrega casi el 20 por ciento del aire que respira el Planeta y tiene una cuenca que alcanza los casi 7 millones de Km.2. Del total de esa superficie, el 60 por ciento pertenece a Brasil mientras que el resto es compartido con otros ocho países más.
En este punto, es importante destacar un elemento geopolítico: uno de los Estados “dueños” de la Amazonía es Francia, a través de una antigua colonia, Guayana, que tiene 84.000 km2. La Guayana se encuentra plenamente integrada a la Unión Europea: quienes viven allí tienen pasaporte francés y su moneda es el euro. En este territorio se encuentra el Puerto Espacial de Kourou y allí además habita la mitad de la biodiversidad que posee toda Francia, al mismo tiempo que hay más especies de aves que las habitan en Europa.
En el pasado, la amenaza a la internacionalización de la Amazonía provenía de Estados Unidos que preveía que, si el deterioro de la selva amazónica avanzaba, los servicios ambientales que lo beneficiaban se verían disminuidos, por ejemplo, ocasionando menos lluvias en sus zonas cerealeras. Sin embargo, hoy es Francia, a través de su presidente Emmanuel Macron, quien plantea abiertamente que el debate sobre la internacionalización de la Amazonía está abierto y que hay que “considerar un estatuto internacional si Brasil no consigue controlar su desforestación”.
En los hechos, el Brasil de Bolsonaro abandonó de forma unilateral la coordinación con los otros ocho países para la gestión y la conservación del territorio. Esto fue lo que provocó un conflicto abierto con Francia. Sin embargo, Francia, más que estar preocupada por la humanidad y el Planeta, lo cierto es que ve primero amenazados sus intereses vitales.
Por último, también debemos señalar que la catástrofe ambiental que vivimos hoy tiene sus orígenes en la visión extractivista que predomina en los gobiernos latinoamericanos -principalmente en Brasil, Paraguay y Bolivia- donde actualmente se desarrollan los incendios. Estos países buscan a través de sus políticas públicas cambiar el uso del suelo para extender la frontera agrícola en desmedro de la selva tropical, lo que obviamente fomenta la desforestación. Entonces, la internacionalización de la Amazonía también queda como una opción abierta debido en gran parte a la miopía de regímenes extractivistas.
La Amazonía es un ecosistema único. Desde el punto de vista del tiempo biológico de la Tierra, ahora tiene nueve “dueños” temporales cuyo primer objetivo debería ser su conservación pues sin él la humanidad en su conjunto no podrá asegurar su permanencia en el Planeta. De esta forma, el fortalecimiento de la coordinación entre todos sus “dueños” sería lo primero que hay que alcanzar.
Lo que han olvidado tanto Brasil como Francia es que estamos en una crisis climática que si se sigue abordando como hasta ahora seguramente terminará con nuestra civilización. De nada sirve la sensatez de los científicos para mostrarnos lo grave de la situación climática y ecológica del mundo si los líderes resultan incompetentes para enfrentarla.
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