Por: Gastón Leiva Vidal. Investigador científico-tecnológico. Red de Pobreza Energética
En el mundo moderno desde la industrialización, los distintos sectores productivos se han desarrollados de manera aislada, replicando modelos productivos lineales en donde sólo nos hemos preocupado de obtener materias primas, fabricar, comercializar, usar y botar, como si los recursos fueran ilimitados y los residuos desaparecieran de forma espontánea.
Si bien existe una relación entre consumo energético y Producto Interno Bruto, y que en el caso de Latinoamérica el incremento de un 1% del consumo energético genera un incremento del 0,4% del PIB a largo plazo según Barreto & Campos 2012. En Chile por ejemplo, el sector eléctrico e hidrocarburos, desde el 2007 al 2017, aumentó en un 14,2 %, según el Ministerio de Energía y cuyo crecimiento del PIB en ese mismo periodo no estuvo directamente relacionado, por lo tanto, el incremento sostenido del consumo energético puede tener varias causas más allá del crecimiento económico, siendo el aumento de la población y la tecnificación de procesos productivos, algunos de los factores más relevantes en la demanda.
En el año 2017, la ONU publicó un informe llamado “Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2017”, en el cual se estima que, en los países en desarrollo, alrededor del 80% de las aguas residuales son descargadas al medio ambiente sin un tratamiento previo. Esto es sumamente preocupante, ya que se deduce que estas aguas no son reutilizadas en otros procesos o tratadas para su reintegración al ciclo que las originó.
Por ejemplo, en la Región de O’Higgins se han vertido en los distintos puntos de descarga, según la Superintendencia de Medio Ambiente, alrededor de 12,5 millones de metros cúbicos de aguas residuales entre el 2016 y 2019, cuyas temperaturas promedio mínima y máxima han sido 15,21°C y 22,74°C respectivamente.
En cuanto a residuos no peligrosos, según datos obtenidos del sistema RETC, entre los años 2014 y 2017, se generaron 48 millones de toneladas de residuos en el país, desperdiciándose una fuente riquísima de materias primas presentes en lo que llamamos “desechos o residuos”, incluso aprovechar la energía contenida en las aguas residuales, lo que podría ayudar a reducir considerablemente la explotación de recursos vírgenes y el consumo energético que esto implica debido a la energía incorporada de los materiales.
Una forma avanzada de aprovechar todos estos recursos es la Simbiosis Industrial, la cual intenta asimilar el funcionamiento de los sistemas naturales, con una interrelación entre industrias, el medio social y el natural, desarrollándose exitosamente en Inglaterra, Italia y Dinamarca, pero es en Suecia donde esta herramienta de la Economía Circular ha tenido mayor impacto, parques industriales como los de Lidköping, Norrköping y Helsingborg han sido un ejemplo en el campo de las economías verdes, creando decenas de empresas y emprendimientos, desarrollando productos químicos, energías limpias, alimentos funcionales, sistemas de calefacción distrital, entre muchos otros, y todos ellos a partir de los residuos de otras industrias.
En Chile se han desarrollado algunos proyectos, pero se han quedado en eso, proyectos e iniciativas aisladas, fuera del marco de la planificación territorial y de las políticas públicas de desarrollo sostenible. Por ejemplo, el Centro de Nutrición Molecular y Enfermedades Crónicas de la UC, diseñó un método para producir harina a partir del bagazo de uva, que la industria vitivinícola convierte en abono natural o simplemente desperdicia.
En una región vitivinícola como la de O’Higgins o el Maule, ¿por qué no vemos este tipo de tecnologías masificándose?¿no son estas instancias las que deberían permitir la creación de polos de desarrollo productivo en los territorios?. Otro ejemplo es la Universidad de Atacama en el 2021, donde se utilizó aguas de rechazo de plantas desaladoras para la fabricación de concreto y su aplicación, ¿cómo impactaría esto en el déficit habitacional que enfrenta Antofagasta y otras comunas del país?¿qué beneficios térmicos podría entregar este tipo de material de construcción en territorios donde la madera no es un recurso abundante?.
El año 2022, en Estados Unidos, específicamente la Universidad de Maryland, desarrolló una batería sostenible a partir de zinc y un electrolito biodegradable obtenido de las cáscaras de crustáceo, y es lógico preguntarse, ¿cuál sería el potencial de esta tecnología para un país como el nuestro que posee aproximadamente 8 mil km de costa?.
La innovación disruptiva también es una excelente herramienta para modelar relaciones y potencialidades entre industrias de distinta naturaleza, por ejemplo desde el 2020, la Agencia Federal de Innovaciones Disruptivas de Alemania (SPRIND) ha invertido en la investigación y desarrollo de técnicas de microflotación con bajo consumo energético para la para extracción de microplásticos de entre 0,1 y 5 milímetros de tamaño presentes en el agua, tanto abiertas como cerradas, con un 99,7% de éxito, por lo tanto, ¿es posible remanufacturar estos microplásticos como una nueva fuente de materias primas y aportar al medio ambiente? ¿es posible incorporar esta tecnología a plantas de tratamientos de aguas residuales y obtener materiales para otras industrias? O tal vez ir más allá y preguntarse si es posible extraer otros compuestos de alto valor y germinar nuevos polos de desarrollo.
La simbiosis industrial es una herramienta que puede ayudarnos a cerrar los ciclos productivos de forma sostenible, desarrollar economías locales y fuertes, pero es necesaria una buena integración con instrumentos públicos y una planificación del territorio, ya que cuando estas se desarrollan sistemáticamente, sus beneficios se maximizan.
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