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¿Rebelarse contra la extinción?

Por: Manuel Baquedano M. Sociólogo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Fundador del Instituto de Ecología Política


“Nos enfrentamos a una amenaza existencial directa” declaró en septiembre el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, refiriéndose al cambio climático y a los doce años que el mundo científico, reunido en torno al IPCC, sentenció como el plazo máximo que tiene la humanidad para controlar el aumento de la temperatura en 1.5 grados y evitar el punto de “no retorno”. Entonces, ¿llegó la hora de iniciar la rebelión contra la extinción de la especie humana (y de otras especies más) por el colapso ecológico que se avecina? Para responder a esa “amenaza existencial directa” existen dos miradas contrapuestas que surgen de distintos diagnósticos.

Por un lado, está la visión de la elite económica y política que gobierna el mundo -expresada en las corporaciones multinacionales, los gobiernos de los países representados en la ONU y los grandes medios de comunicación-; que diagnostica que esta situación se debe a una falla del desarrollo y que se puede corregir.

En ese sentido, diseñaron la estrategia para el desarrollo sustentable que contempla 17 objetivos y 169 acciones, conocida como Agenda 2030, que fue firmada solemnemente en Nueva York en 2015. En la Agenda 2030, los países agrupados en la ONU se comprometieron, una vez más, a terminar con la pobreza y a controlar el cambio climático en los próximos años.

Estos compromisos gozan hoy de un escepticismo creciente en la ciudadanía y es con razón si consideramos que la Unión Europea advirtió que recién podrá alcanzar las metas de la Agenda 2030 en el año 2050. En este contexto,  no es de extrañar que esta iniciativa se vuelva a dilatar otros 20 años más.

Pero como el calentamiento global ya llegó, el éxito real se mide en las reducciones efectivas de CO2. No hay espacio para excusas, triunfos morales o lindas palabras. Se necesitan acciones efectivas de reducción de las emisiones y eso es lo que en verdad no está ocurriendo: 2017 fue el año en que más emisiones se contabilizaron; de allí que el Acuerdo de París sobre el clima esté en pleno naufragio.

El otro diagnóstico, muy minoritario aún y al cual adherimos, nos dice que la actual civilización industrial se transformó en una civilización fallida y que los cambios sustanciales solicitados por los científicos no se realizarán a tiempo por falta de voluntad política y económica. Por lo tanto, nos dirigimos hacia un colapso ecológico con un serio riesgo de enfrentarnos a la extinción de la especie humana (pues el planeta a lo largo de 4.500 millones de años ya demostró su capacidad para adaptarse a cambios abruptos).

El colapso ecológico es negado por los escépticos climáticos siguiendo el libreto ya descrito por Mahatma Gandhi: una propuesta disruptiva primero es negada como fenómeno (“el peligro de colapso no existe”); después si no pudo ser neutralizada, pasa a una segunda etapa que se caracteriza por ridiculizar a sus partidarios (calificándolos de “apocalípticos”, “catastrofistas”, “extremistas”). Y si con todo eso no la neutralizan, empiezan a atacar y a reprimir a sus seguidores hasta llegar al desenlace: la nueva propuesta se impone o definitivamente es derrotada. En la actualidad, estamos presenciando el “efecto Casandra” en relación al clima. Al mismo tiempo, el escenario del colapso comienza a transitar de la primera a la segunda fase motivado por las evidencias reales del cambio climático, el aval de la comunidad científica y la creciente movilización ciudadana a nivel global.

En este escenario, la prensa seria internacional comienza advertir sobre la gravedad de la situación generada por el calentamiento global y las posibilidades de un colapso ecológico. Recientemente el diario francés Le Monde se unió a los más prestigios diarios independientes del mundo al declarar en su editorial que “como con la amenaza nuclear, la humanidad está en el origen de aquello que puede destruirla”.

Si la ciencia ya ha dicho su palabra, ahora le toca actuar a la elite económica y política que gobierna el mundo. Pero si la elite no actúa en conformidad con la gravedad del problema, entonces los ciudadanos tienen todo el derecho a actuar por su cuenta rebelándose contra el orden establecido para evitar el colapso global y la posible extinción de la especie. Estas reflexiones dejarían de ser meras opiniones nuestras si no fuera porque está emergiendo un nuevo movimiento que en noviembre – con 5 mil activistas- fue capaz de bloquear los cinco principales puentes de Londres y realizar una “salvaje” plantación de árboles. En simultáneo, en Australia, ocurrió recientemente una masiva e inédita huelga estudiantil contra el cambio climático que tuvo una gran repercusión en el país y que podría extenderse a otros.

Rebelión contra extinción”, como se denomina este grupo de activistas, se presenta como un movimiento ciudadano global que -por medio de la desobediencia civil no violenta a gran escala- pretende con sus acciones bloquear las principales actividades económicas del mundo y presionar a los países para que decreten la emergencia ambiental en un plazo no mayor a los cinco años.

Las movilizaciones ambientales por el clima no son nuevas. Greenpeace las práctica desde hace mucho tiempo. Lo nuevo es que ahora  se trata de acciones donde los ciudadanos se involucran masivamente. Eso es lo que está ocurriendo en Reino Unido, en Alemania y probablemente, en las próximas semanas, en Estados Unidos, donde una de las partidarias del movimiento, que trabajaba como camarera de un bar en Nueva York, fue elegida senadora gracias al gravitante apoyo de una organización de jóvenes por la acción climática.

Mientras tanto, creemos que el propio clima y la movilización de los activistas irán consolidando el nuevo eje de gobernancia del planeta. Por un lado, estarán los que llamamos “pardos”, los que desean enfrentar la crisis de manera autoritaria al defender su modo de vida insostenible y al considerar que deberán sobrevivir los más fuerte; y por el otro, estarán “los verdes”, los que planean enfrentar la crisis de manera colaborativa al repartir los sacrificios, adoptar un modo de vida más simple y salir de la sociedad de consumo.

Resulta extraño que todos los medios de comunicación destaquen el incremento electoral de los nuevos autoritarismos cuando el auge de los partidos verdes ha sido también espectacular en este último año. Ejemplo de esto es que en países tan distintos como Alemania y Colombia, las encuestas ubican a los partidos verdes en el segundo lugar, no muy lejos de las fuerzas conservadoras que están primeras. De continuar con esta tendencia, en la década del ´20, la que será la más decisiva para la civilización humana, los nuevos autoritarismos (los pardos) y los que no desean el colapso ecológico (los verdes) gobernarán solos o en coalición en grandes y numerosos países.

¿Llegó el momento de rebelarse contra la extinción? No tenemos una respuesta definitiva acerca de lo oportuno del movimiento pero sí sobre su legitimidad. Mientras no entremos en la era de la escasez y las grades mayorías sigan viviendo en una sociedad considerada como de abundancia, esta rebelión podría ser prematura y fracasar. Por otro lado, tampoco podemos ser simples espectadores. Tenemos que comprometernos. El tiempo se terminó y mañana será demasiado tarde.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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