Por: Margarita Ducci. Directora Ejecutiva de la Red Pacto Global ONU- UNAB
El acoso, el abuso y la violencia de género contra la mujer están muy lejos de desaparecer. La Encuesta Nacional de Violencia Intrafamiliar muestra un incremento en la prevalencia de la violencia psicológica desde un 16,8% a un 20,2%, lo cual es preocupante. En el contexto laboral, el escenario no es mucho más prometedor: nueve de cada diez mujeres se sienten discriminadas en su trabajo en Chile, de acuerdo con los resultados de la Encuesta Anual de Corporación Humana. Y esto se ve refrendado por datos de la OCDE, donde Chile es el quinto país con mayor brecha salarial.
Las mujeres chilenas con educación superior ganan un 65 % del sueldo de un hombre con el mismo nivel educacional. Además, tienen menos probabilidades de encontrar empleo; en promedio, un 79% de las mujeres entre 25 y 64 años con educación superior completa poseen trabajo remunerado, en comparación con el 91 % que alcanzan los hombres. Esta brecha es más alta que el promedio en los países de la OCDE (nueve puntos porcentuales), pero similar a otros países latinoamericanos como Brasil, Colombia y Costa Rica (11 a 13 puntos porcentuales).
Si bien movimientos sociales transversales como #MeToo han generado una conciencia global sobre la forma en que han llegado los abusos de poder y de sumisión en contra de la mujer, no han sido suficientes.
Como muestran las cifras, se requiere de un cambio cultural total a nivel del mundo entero, que facilite el entendimiento que si bien hombres y mujeres, en esencia, somos diferentes, ambos géneros tienen exactamente las mismas competencias, los mismos derechos y la misma libertad que socialmente los hace iguales, necesarios y complementarios.
Para lograr este cambio, no solo es imprescindible una fuerte modernización legal y administrativa que impida la desigualdad en todo ámbito. También es importante generar cambios en la base, en el sistema educacional primario, secundario, técnico, universitario y de post grado, donde se generen los cimientos claros para una verdadera “reprogramación” social que pueda nutrir a las nuevas generaciones sobre la importancia del absoluto respeto a la diversidad de género y al rechazo de prácticas discriminatorias, de acoso y otras subyugantes que sólo generan daño, odio y separación, algo completamente errado en nuestros tiempos.
Ya hay países que están dando un ultimátum a este asunto. Recientemente, en Francia el gobierno les dio tres años a las empresas para que analicen las brechas salariales internas entre hombres y mujeres, de manera que de aquí al 2022 deberán erradicarlas para que ambos ganen lo mismo. En África Subsahariana, Oceanía y Asia Occidental las niñas aún se enfrentan a obstáculos para ingresar a la escuela primaria y secundaria. En el Norte de África las mujeres ocupan menos de uno de cada cinco empleos remunerados en el sector no agrícola. Nuestra misión es acercarnos e incluso superar los indicadores del primer mundo.
Debemos velar por la participación plena y efectiva de las mujeres, así como por la igualdad de oportunidades de liderazgo a todos los niveles de la adopción de decisiones en la vida política, económica y pública. Hay que poner fin a todas las formas de discriminación contra todas las mujeres y las niñas en todo el mundo en los ámbitos público y privado.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.